Por José Raúl Ramírez Valencia.
Dos palabras parecidas tanto en su pronunciación como en su escritura, solo la primera sílaba cambia, pero su significado es opuesto. La suspicacia se aplica a la persona que tiende a desconfiar de los demás, o que con frecuencia sospecha o ve mala intención en lo que hacen o dicen, mientras que la perspicacia, se entiende como la capacidad para entender y descifrar la naturaleza de las cosas, en especial, las complicadas y complejas. La suspicacia, también se cataloga como el recurso de los irreflexivos y carentes de juicio, a diferencia de la perspicacia, que se presenta como un atributo de los sensatos, ingeniosos, talentosos, sabios y lúcidos que iluminan y destraban la complejidad. El perspicaz aporta, suma, une; el suspicaz divide, resta, malinterpreta y enreda la realidad.
Muchas de las noticias, entrevistas, informes y auditorías que a diario escuchamos en los medios informativos o “deformativos” van en la línea de la suspicacia, donde el recelo, la desconfianza y cuestionamiento de lo que hacemos, decimos y creemos son el punto de partida. Más aún, la bondad y la rectitud de una persona aparecen como una excepción y poco perceptibles. Difícil creerlo, pero en la actualidad un buen número de las relaciones humanas, laborales y sociales son vistas bajo la lupa de la suspicacia, lo que ocasiona un ser humano desconfiado, esquizofrénico y poco transparente al momento de manifestarse. Cuando el control social afectivo, laboral o familiar parte de una mirada suspicaz, se crea una sociedad enfermiza, nociva y controladora; donde lo atípico es la confianza y lo normal es desconfiar del otro, de sus palabras, acciones y propósitos. Con este diagnóstico, no tan lejano a la realidad, una carrera en sospechología tendría “muy buena demanda y muy buenos alumnos”. Perspicacia no significa ingenuidad, sino ampliación de horizontes y de perspectivas. El mundo de las relaciones hay que habitarlo desde la perspicacia que crea, recrea, desentraña y orienta lo complejo.
Esta mentalidad suspicaz se presenta tanto en el empresario, educador o pastoralista, que a través del lenguaje y actitudes ante lo nuevo confirman esta cultura de la “sospechología”. En cuanto al lenguaje, en vez de propiciar diálogos y encuentros a través de las palabras y las ideas, utilizan expresiones que descalifican y vuelven más caótica la situación. Por falta de perspicacia, el señor presidente dijo que no había paro, y ya todos sabemos sus consecuencias funestas… casi pone en paro el futuro de Colombia.
La mayoría de los conflictos personales, empresariales o pastorales provienen de la falta de perspicacia al comunicarnos o al interpretar la realidad, pues creemos que lo complejo y lo nuevo es nocivo, cuando lo que falta es sindéresis al leer las nuevas gramáticas culturales. Un ejemplo no más: decimos que la tecnología, llámese Facebook y demás redes sociales, están deshumanizando y entorpeciendo las relaciones humanas, sabiendo a ciencia cierta que es el desconocimiento y la mala utilización por parte nuestra. En el plano pastoral, afirmamos con cierta prepotencia que el hombre contemporáneo no cree, que es sincretista e indiferente ante lo sagrado, cuando en realidad están retando a los pastoralistas a repensar y a presentar nuevas formas de vivir el Evangelio. Y en el plano educativo, pensar que los alumnos de hoy no estudian, ni se concentran cuando en realidad tienen otras competencias y otras motivaciones existenciales que no son malas, sino diferentes. A mentalidades suspicaces, lecturas y respuestas perspicaces.
Publicado en el periódico Vida Diocesana N. 147. Septiembre 2013
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ResponderEliminarExcelente forma de diferenciar uno de otro. Me aclaraste las diversas situaciones donde escuche alguien decir:" Suspicacia" ahora me doy cuenta q esta persona no uso bien esta palabra. Gracias
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