Narciso, dada su belleza, era un hombre pretendido por todo tipo de personas. Una de ellas era la ninfa y Eco, quien fue condenada por la diosa Hera a repetir las últimas palabras que oía. Un día Eco se ocultó en el bosque y cuando vio pasar a Narciso hizo ruido; súbitamente, Narciso preguntó: ¿Hay alguien aquí?, Eco respondió: “Aquí, aquí...” De inmediato se le apareció con los brazos abiertos en señal de amor, pero Narciso la ignoró. Dolida, la ninfa Eco se encerró en una cueva hasta que desapareció. La actitud de Narciso fue condenada por la diosa de la venganza, Némesis, cuando aquél fue al lago y al ver su belleza reflejada en el agua se quedó contemplándose hasta morir ahogado, atraído y ciego por su propia imagen. Este relato, tomado de la mitología griega, escrito por el poeta Ovidio, tiene para el mundo de hoy -y más concretamente para la pastoral- una actualidad enorme.
La ninfa Eco, por charlatana y por andar entreteniendo a la esposa del dios Zeus, mientras que él hacía de las suyas, fue condenada por ella a repetir la última sílaba de las palabras que escuchara. Puede ser que mediante nuestra pastoral, por estar entreteniendo a la gente, dando quizás, solo pan y circo, estemos en cierta manera condenados a estar repitiendo siempre lo mismo hasta volvernos monotemáticos, hablando solo con los mismos y de lo mismo. También puede estar aconteciendo que nosotros por falta de cultura o de formación solo estemos respondiendo con las últimas palabras -o más preocupante aún- con las últimas sílabas a nuestros interlocutores de todos los saberes, dejando un sin sabor y un cierto vacío en no pocos de los fieles que esperan de la Iglesia más que una respuesta monotemática una respuesta que suscite el diálogo. ¡Cuidado! Podemos estar entreteniendo y no formando, informando y no educando, entreteniendo y no evangelizando, adormeciendo y no construyendo el Reino. Esto no solo pasa en la pastoral. También se presenta a diario con los medios informativos y en la educación: entretienen y no forman, repiten lo mismo en diferentes formatos y en distintos currículos.
“Mientras que Zeus hacía de las suyas”… Cuidado con sólo entretener, esto lleva a que le robemos a la gente su tiempo precioso y que no realicen lo que tienen que hacer, o descuiden algunas funciones sustanciales. Con la charlatanería, nos podemos quedar como Eco, repitiendo ya no lo mismo, sino la última silaba, que en definitiva es no decir nada y por eso la gente nos empieza a sacar el cuerpo y a no importarle lo que decimos ni hacemos ni proponemos. La pastoral no consiste en realizar acciones para entretener, sino en proponer y hacer acciones que lleven al verdadero Dios.
Si el pecado de Eco, fue la charlatanería, el de Narciso fue su autocomplacencia y su trato desdeñoso con Eco. Cuando no escuchamos el eco de lo que somos, ni de lo que hacemos, ni escuchamos a los demás, podemos ahogarnos al creernos los más bellos, mejores y eficaces, y podríamos terminar en lo que advertía con gran sutileza y elegancia Blondel: -en una autolatría, que es la mayor de las idolatrías-. No hay peor error que no ver más allá de uno mismo. El mito de narciso implícitamente nos está invitando a abrir los horizontes de la racionalidad a otros saberes, otras disciplinas, otros discursos, otras experiencias religiosas. Necesitamos recibir el eco de lo que somos y hacemos proveniente desde otras disciplinas y otros sectores de la sociedad para planear y proponer una buena pastoral. El pecado de Narciso no consistió solo en mirarse, tuvo su origen en la mirada desdeñosa a Eco; pero, ¡cuidado!, lo más insignificante puede ser lo más importante.
El mundo de hoy está catalogado de narcisista, engreído, autosuficiente y desdeñoso con la religión. Desde nuestra pastoral surgen estos interrogantes: ¿no será que somos muy narcisistas y no estamos escuchando el eco de los otros saberes, de las otras religiones? O ¿no será que nuestras predicaciones y acciones evangelizadoras solo están produciendo eco y no sabiduría en la sociedad?
Publicado en el periódico Vida Diocesana 2011
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