La falta de pensamiento y fraternidad son las dos enfermedades de nuestra sociedad, escribía el Papa en la encíclica Caritas in Veritate. Vivimos inmersos en una cultura pragmatista donde se absolutiza el hacer, ser eficientes y eficaces, pareciera ser el único horizonte de la razón. Este reduccionismo de la razón a la sola producción o mera técnica está ocasionado en muchas personas sentimientos de frustración y fatalidad, dado que se está ignorando la pregunta fundamental: ¿Qué sentido tiene la existencia? El solo pensar para producir-hacer o razón instrumental como la llama Theodor W. Adorno está llevando a la razón a que no se pregunte por temas como: las relaciones interpersonales, el bien, la muerte, la fe, la familia, la verdad y otras tantas realidades humanas que también son objeto de la razón.
Ante una sociedad masificada que presume de auténtica y original, pero a la vez nos enfila en los mismos cánones de la moda, la diversión y tantos pensamientos líquidos; el razonar por uno mismo y quizás pensar diferente se ha convertido en toda una odisea. Algunas instituciones, llámense: universidades, colegios, seminarios, empresas; están uniformando a las personas; los mismos sentimientos, los mismos gustos y las mismas necesidades, por eso tenemos instituciones anquilosadas, que por in saecula saeculorum han venido repitiendo y haciendo lo mismo. Carl Jung pensó distinto que Freud, Platón que Aristóteles, santo Tomás que san Agustín. ¡Que tal que Galileo no hubiera propuesto una teoría nueva! Estaríamos todavía con los binóculos de la prehistoria. Disentir en el pensar no es insolencia, si se piensa, ni tampoco irrespeto o rebeldía. Montesquieu de una forma contundente puso en entre dicho la ley de las mayorías: “¿Se adopta la decisión de ocho individuos en contra de la de dos? ¡Grave error! Entre ocho caben más necios que entre dos”.” Opinar diferente no es una necedad ni una limitante para una organización como creen algunos, Juan XXIII se atrevió a pensar la Iglesia de otro modo.
En estos días un Obispo de Argentina decía que su país no tenía políticos católicos porque estos no defendían el pensamiento de la Iglesia; sin duda estos; “buenos políticos” rezaban mucho como católicos, pero argumentaban poco como católicos, no basta con rezar hay que pensar católicamente. Por la falta de pensamiento se carece de argumentación y por eso la doctrina de la Iglesia se presenta como un manual de prohibiciones y no como un sí al amor y a la vida, afirmaba el Papa actual en una asamblea eclesial de la diócesis de Roma. Cuando una convicción está acompañada de la argumentación tiene peso por sí misma. Tal vez tenemos convicciones, pero nos faltan argumentaciones. A veces nos quedamos solo en las procesiones o avivamientos, incluso buscamos que las personas recen, pero nos falta dar el otro paso: llevarlas a pensar como católicos, esto es lo que se puede denominar: pastoral de la inteligencia.
Pensar es lo propio del ser humano. La dicotomía entre pastoral y pensamiento ha llevado a formar pastores y laicos sin pensamiento, hasta tal punto, que algunos creen que quien piensa camina en vía contraria a la fe. Pero hay que entender que sin razonamientos caemos en el fideísmo. Solo por medio del pensamiento argumentativo podemos salir del caos relativista en que nos encontramos, además, la fe será más fascinante y atrayente.
POSDATA: La unidad y riqueza de un equipo no está en que todos piensen igual, pensar diferente enriquece cualquiera empresa, diócesis, universidad, equipo sacerdotal. Pensar significa proponer, sopesar, recrear y argumentar. Por falta de pensamiento vivimos en la dictadura de las masas.
Publicado en el periódico Vida Diocesana 2012
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