Por. José Raúl Ramírez Valencia.
Narraba Gabriel García Márquez: “A mis doce años de edad estuve a apunto de ser atropellado por una bicicleta. Un Señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡cuidado! El ciclista cayó a tierra. El Señor cura, sin detenerse, me dijo: ¿ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe.”
Estamos en la época de las comunicaciones. Se calcula que en Colombia hay más celulares que habitantes, los celulares son meros aparatos de comunicación. Frente a esta multitud de sistemas de comunicación aparece paradójicamente que la gran mayoría de problemas interpersonales tienen como raíz una deficiente comunicación; no más preguntarle a los terapeutas de parejas: ¿cuál es la mayor dificultad en los matrimonios? La respuesta no se hace esperar: la mala comunicación. Pensarán algunos que a mayor tecnología de punta, -blackberry- mayor efectividad y profundidad en la comunicación.
“Silencio y palabra: Camino de evangelización” es el tema que nos propone el Papa para la Jornada Mundial de las Comunicaciones. “Crear un ambiente propicio, casi una especie de “ecosistema” que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos”es el ideal al cual estamos llamados, dado que estamos contaminando la cultura con tanta palabrería sin sentido y sin profundidad.
El desequilibrio entre silencio y palabra, es uno de los síntomas de nuestra deficiente evangelización. Más aún, las homilías, supuestamente llamadas a ser canales de evangelización, carecen de esta dinámica. Sin silencio la palabra es enfermiza, no cura. “Se trata de la relación entre el silencio y la palabra: dos momentos de la comunicación que deben equilibrarse, alternarse e integrarse para obtener un auténtico diálogo y una profunda cercanía entre las personas”. Si algo ha caracterizado al Papa Benedicto XVI son sus homilías; cortas, argumentativas y contundentes. Al Papa no se le ve gritar, ni mucho menos aparece como un “veintijuliero”, su riqueza está en la profundidad de la palabra, cada homilía que pronuncia está precedida y acompañada por un silencio creador, por ello en cada homilía narra la aventura de Dios, al igual que León Magno este Papa pasará a la historia por sus homilías, sus reflexiones se han convertido en el eje de su magisterio.
Un buen número de fieles piensan que lo más importante de la eucaristía es la homilía, de ahí que también sean muchos los que afirman que las predicaciones o sermones como la llaman algunos, les aburre, dado que muchos de ellos solo son una mala repetición del evangelio, o una simple cantaleta y no falta quienes dicen: pobrecito del padrecito parece que vive en otro planeta. Estos aspectos denotan que no hay preocupación por atraer la atención de las personas y en algunos casos se subvalora a los feligreses como un público poco culto. Predicar de modo adecuado es realmente un arte que exige preparación. La homilía es una realidad demasiado seria para estarla improvisando, no se puede convertir en un simple espacio para llenar.
El oído del hombre posmoderno se volvió selectivo, tal vez por falta de una buena homilía nuestros fieles están perdiendo el oído de la fe; la gente escucha solo aquello que le da sentido a su vida, no le presta atención a todo lo que oye. ¿Será que nuestras homilías si están dado sentido de vida a nuestros feligreses? Un buen número de parroquias ha mejorado la acústica, han comprado equipos de sonido nuevos…pero a esto hay que sumarle lo más esencial: el mensaje de la palabra. Para Ortega y Gasset, “la palabra constituyó un sacramento de muy delicada administración, más áun, la palabra no es palabra dentro de la boca del que pronuncia, sino en el oído del que escucha”. ¿Será que nuestras homilias son palabras curativas en el oído de nuestros feligreses?
Publicado en el periódico Vida Diocesana. Mayo 2013.
Estamos en la época de las comunicaciones. Se calcula que en Colombia hay más celulares que habitantes, los celulares son meros aparatos de comunicación. Frente a esta multitud de sistemas de comunicación aparece paradójicamente que la gran mayoría de problemas interpersonales tienen como raíz una deficiente comunicación; no más preguntarle a los terapeutas de parejas: ¿cuál es la mayor dificultad en los matrimonios? La respuesta no se hace esperar: la mala comunicación. Pensarán algunos que a mayor tecnología de punta, -blackberry- mayor efectividad y profundidad en la comunicación.
“Silencio y palabra: Camino de evangelización” es el tema que nos propone el Papa para la Jornada Mundial de las Comunicaciones. “Crear un ambiente propicio, casi una especie de “ecosistema” que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos”es el ideal al cual estamos llamados, dado que estamos contaminando la cultura con tanta palabrería sin sentido y sin profundidad.
El desequilibrio entre silencio y palabra, es uno de los síntomas de nuestra deficiente evangelización. Más aún, las homilías, supuestamente llamadas a ser canales de evangelización, carecen de esta dinámica. Sin silencio la palabra es enfermiza, no cura. “Se trata de la relación entre el silencio y la palabra: dos momentos de la comunicación que deben equilibrarse, alternarse e integrarse para obtener un auténtico diálogo y una profunda cercanía entre las personas”. Si algo ha caracterizado al Papa Benedicto XVI son sus homilías; cortas, argumentativas y contundentes. Al Papa no se le ve gritar, ni mucho menos aparece como un “veintijuliero”, su riqueza está en la profundidad de la palabra, cada homilía que pronuncia está precedida y acompañada por un silencio creador, por ello en cada homilía narra la aventura de Dios, al igual que León Magno este Papa pasará a la historia por sus homilías, sus reflexiones se han convertido en el eje de su magisterio.
Un buen número de fieles piensan que lo más importante de la eucaristía es la homilía, de ahí que también sean muchos los que afirman que las predicaciones o sermones como la llaman algunos, les aburre, dado que muchos de ellos solo son una mala repetición del evangelio, o una simple cantaleta y no falta quienes dicen: pobrecito del padrecito parece que vive en otro planeta. Estos aspectos denotan que no hay preocupación por atraer la atención de las personas y en algunos casos se subvalora a los feligreses como un público poco culto. Predicar de modo adecuado es realmente un arte que exige preparación. La homilía es una realidad demasiado seria para estarla improvisando, no se puede convertir en un simple espacio para llenar.
El oído del hombre posmoderno se volvió selectivo, tal vez por falta de una buena homilía nuestros fieles están perdiendo el oído de la fe; la gente escucha solo aquello que le da sentido a su vida, no le presta atención a todo lo que oye. ¿Será que nuestras homilías si están dado sentido de vida a nuestros feligreses? Un buen número de parroquias ha mejorado la acústica, han comprado equipos de sonido nuevos…pero a esto hay que sumarle lo más esencial: el mensaje de la palabra. Para Ortega y Gasset, “la palabra constituyó un sacramento de muy delicada administración, más áun, la palabra no es palabra dentro de la boca del que pronuncia, sino en el oído del que escucha”. ¿Será que nuestras homilias son palabras curativas en el oído de nuestros feligreses?
Publicado en el periódico Vida Diocesana. Mayo 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario