No son pocos los teóricos que han concebido la fe de una manera distorsionada, caso concreto los llamados maestros de la sospecha: Nietzsche, al proclamar al superhombre, ve a la persona religiosa como un ser débil, digno de lastima, falto de personalidad, criterio y de motivaciones para luchar; Freud, desde su psicoanálisis, concibe la religión como una enfermedad, llamada neurosis colectiva; y Marx, quien, a partir de una postura social, vislumbra la religión como una droga que adormece, aquieta y frustra al pueblo ofreciéndolo una vitamina del más allá como solución a sus carencias y problemas presentes. La crítica de estos pensadores, aparte de ser aguda y persuasiva, no es gratuita, obedece a un momento histórico, que quizás no sea tan histórico, sino actual, donde se tergiversaba, manipulaba y empobrecía la imagen de Dios y al mismo tiempo opacaba y apocaba la imagen del hombre.
Estos filósofos más que querer “matar a Dios”, atacaron la idea desdibujada de Dios y en ella de la religión, donde la relación con Dios en vez de engrandecer al hombre lo disminuía y oscurecía su realización. La visión de Dios es directamente proporcional a la visión del hombre, dime qué concepción tienes de Dios y te diré quién es el hombre para ti. Jesús de Nazaret en ningún momento oscureció el horizonte de la humanidad, ni mucho menos apocó a ninguna persona con su experiencia de Dios Padre, por el contrario, la profunda certeza de la grandeza y la misericordia de Dios lo llevaron a reconocer y engrandecer al ser humano. Si la fe es una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela a través de palabras y de hechos, según el Catecismo de la Iglesia, tampoco debe anular ni ensombrecer a la personas.
Opaco es sinónimo de: grisáceo, sombrío, frío; situaciones que en muchas ocasiones producen sentimientos de tristeza, melancolía, nostalgia, aburrición ¿Será que la fe opaca y transluce nuestro mundo? Si la fe no produce en nosotros sentimientos de alegría, felicidad, seguridad; cuestionémonos, podemos estar anclados en una falsa retórica de la fe. Apocar hace relación a términos como: aminorar, limitar, menguar, empobrecer; los cuales producen sentimientos de subvaloración, desánimo y debilitamiento. Cuando la “supuesta fe” apoca y opaca el primer atentado es contra la promoción humana, pues en muchos casos la fe es confundida con una falsa humildad que debilita al ser humano en todas sus dimensiones.
La fe que opaca y apoca, nos pone a pensar en doble dirección; hacía las personas “formadas en la fe” y hacia aquellas personas que buscamos para transmitirles la fe. En cuanto a las primeras, sucede en algunos casos que en vez de promoverlas, las debilitamos quitándoles ímpetu y audacia, y en el segundo caso, creer que la fe debe tener preferiblemente destinatarios “culturalmente apocados”, hace que varias personas con alto nivel de satisfacción material no se sientan llamadas a realidad profunda de la fe. Esta mentalidad ha tenido implicaciones sociales serias, dado que se presentan como modelos auténticos de fe a personas apocadas, produciendo en el inconsciente colectivo el mensaje de que santidad y apocamiento caminan de la mano.
A manera de colofón, la auténtica fe ni apoca, ni opaca la persona en ninguna de sus dimensiones: corporal, sexual, familiar, relacional e intelectiva. La fe antes que debilitar solidifica la personalidad y antes que opacar nuestro ser le da brillo y lucidez. A manera de aforismo: La fe no anonada la razón, por consiguiente, no nos hace minusválidos intelectuales.
Publicado en el periódico Vida Diocesana. Mayo 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario