Aunque existe la indiferencia religiosa, realidad indiscutible, también es innegable que en la búsqueda de Dios no todos los caminos son los mismos. Esta situación nos lleva a reconocer que existen otras vías de búsqueda de lo divino que no son las mismas de nosotros. El planteamiento de la Nueva Era aún sigue vigente: Jesucristo sí, Iglesia no; Jesucristo no, Dios sí; Dios no; espiritualidad sí. Esta panorámica de la religión está alojada más de lo que creemos en el imaginario colectivo de muchos fieles supuestamente católicos, dado que cada día va creciendo la oferta religiosa y con ella la mentalidad de muchas personas que piensan y aceptan que es lo mismo una religión que otra, y que se puede ser cristiano católico y a la vez budista, o ser cristiano católico y a la vez participar del culto pentecostal…en definitiva, todos estamos buscando a Dios, lo cual conlleva, digámoslo de paso, a quedarnos sin identidad católica.
De esta oferta religiosa se desencadena para nosotros lo que bien se puede denominar el sincretismo religioso. David Lyon, sociólogo canadiense, en su libro Jesús en Disneylandia, analiza y compara cómo la persona de hoy deambula por las diferentes religiones, grupos y movimientos religiosos, buscando las mejores gangas y ofertas al estilo de un turista en Disneylandia que pasa por todas las atracciones que ofrece el parque y al final termina construyendo su propia religión al amaño de sus conveniencias y gustos, es decir, una religión a la carta, que en definitiva no es más que una expresión del relativismo religioso. Este sincretismo religioso es un gran reto para la pastoral. Todos buscan a Dios, pero ¿cómo lo están buscando?
En realidad existe el sincretismo religioso, pero también es verdad que a la par existen ofertas religiosa serias con las cuáles es necesario y urgente entablar un diálogo juicioso y respetuoso, que se denomina: ecuménico o interreligioso. Quizás no estamos a este nivel por muchas razones. Algunas de las causas pueden ser: la ausencia de interlocutores serios y reconocidos o la falta de Iglesias cristianas con cuales podamos dialogar; como los ortodoxos, anglicanos, luteranos, episcopales, etc. Solo existen en nuestros pueblos grupos fundamentalistas con los cuales es dificultoso dialogar y, por tanto, son catalogados de insignificantes y poco relevantes; ¿no será más bien un prejuicio y en cierta manera un complejo de superioridad mayoritaria? No olvidemos que en este momento cultural las minorías de toda índole a nivel social son muy reconocidas y están alcanzando un alto protagonismo social. Jean Lacroix, filósofo personalista afirmó: “el dialogo implica un riesgo muy grave pero también una virtud infinitamente fecunda, porque postula la esperanza de transformarnos a los otros, los unos por los otros. El hombre lúcido no busca imponer a los demás una verdad hecha, sino ponerse al servicio de una verdad que es vida”.
Para poder dialogar con otras denominaciones es necesario saber escuchar y leer los signos de los tiempos; el no hacerlo denota un cierto autismo y tendencia a creer que somos los únicos poseedores de la verdad, o creer que el diálogo no nos aporta o tal vez carecemos de respeto por lo que para el otro es sagrado. Hans Küng, en su libro, proyecto para una ética mundial, afirmó: “que no hay paz mundial sin paz religiosa y no hay paz religiosa sin diálogo entre las religiones”. Aunque en nuestra región no existen conflictos entre las religiones, si es importante en este territorio, escenario del conflicto o del postconflicto iniciar un diálogo en lo posible con los diferentes grupos o movimientos religiosos. Un dialogo que en su fundamento esté la verdad de la persona y el bien de la sociedad. Ante ésta panorámica, las palabras de San Agustín nos sirven de faro: “en lo esencial unidad, en la duda libertad, pero en todo caridad”.
Publicado en el periódico Vida Diocesana 2011
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