jueves, 23 de enero de 2014

¡MIJITO!… CUIDADO CON LAS MALAS COMPAÑÍAS


De niños solíamos escuchar de nuestros padres esta expresión: «¡Mijito, mucho cuidado con las malas compañías!», y dado que todavía estábamos indefensos, inseguros, débiles y faltos de criterio para saber discernir lo bueno, lo verdadero y lo perfecto, no teníamos la solidez de la personalidad, ni las convicciones morales, aun éramos susceptibles y vulnerables a cualquier propuesta del medio. Por lo regular en la mayoría de las veces buscamos estar rodeados de personas de «bien»; esto nos da caché, identidad y nos ubica en un buen estrato social, pero muy poco interactuamos a nivel personal, incluso institucional, con «malas compañías»: llámense drogadictos, prostitutas, ladrones, habitantes de la calle, enfermos de sida, tal vez porque las personas de bien no pueden estar involucradas con cualquier tipo de persona, esto desacredita y deshonra, por eso no nos podemos exponer a tales compañías.

En ninguno de los evangelios se lee que Jesús haya dicho a sus discípulos: no se junten con personas raras, extraviadas, desorientadas, desubicadas socialmente, rebeldes o de otro credo. Al contrario, los envió a este tipo de personas, «no necesitan de médico los aliviados, sino los enfermos». Además, Jesús durante su ministerio público, siempre estuvo rodeado de personas de «dudosa reputación social». Podríamos titular un libro con esta expresión: El Divino Maestro rodeado de «malas compañías»: «comía con publicanos y pecadores», «si el maestro supiera quién le está lavando los pies»… «Lo crucificaron en medio de dos ladrones». En fin, Jesús: un maestro que escandalizaba por sus malas compañías. ¿Qué tenía Jesús que se juntaba con este «tipo de personas»? La respuesta, entre muchas otras puede ser: hombre seguro, libre, sin ninguna esclavitud del qué dirán, no se dejaba intimidar por prejuicios, había en él autoridad e identidad moral, le preocupaba el dolor y el sufrimiento de los demás, buscaba el bien de la persona y no el propio, no juzgaba, comprendía la situación personal. 

¿Será que hoy se puede hablar de un compromiso cristiano personal y comunitario que interactúa con un buen número de personas de «dudosa reputación social»? ¿No será esto lo que está pidiendo la sociedad para que la Iglesia sea más creíble? Sin el análisis y la respuesta a estos interrogantes, la pastoral corre el peligro y la tentación de quedarse en una circularidad de «cristianos satisfechos» y de honrosa reputación. Disonante, pero cierto, son muchas las pastorales con pocas «malas compañías»; preocupados por los pobres carentes de recursos materiales o por aquellos indiferentes en la fe, pero sin presencia en los sectores descompuestos socialmente, parroquias con un buen número de feligreses en los distintos grupos pastorales, pero con poca presencia en los sectores vulnerables. La pastoral está llamada a que pensemos e interactuemos con las «malas compañías». Nuestro compromiso auténtico como personas de fe, reclama una presencia libre, decidida y organizada, la opción por los pobres se concreta hoy en este tipo de personas: «malas compañías».

Miguel de Unamuno solía decir que para que algo exista me tiene que doler, soy consciente de que tengo riñones cuando me duelen; yo existo para Dios porque yo le duelo a Él, de igual manera los otros, «malas compañías», existen en mí porque me duelen. Entonces, ¿será que aquellas personas que son problema social no existen porque no nos están doliendo? Triste realidad, la diferencia social nos está conduciendo a la indiferencia humana, hablamos de pérdida del tejido social, pero se nos olvida que el primer tejido que se descompone es lo humano.

Publicado en el periódico Vida Diocesana. Junio 2013 

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