jueves, 23 de enero de 2014

ANIMALES ALTAMENTE OFENSIVOS

Pbro. José Raúl Ramírez Valencia.

 “Animales inofensivos: el tigre, el león y la pantera. Animales altamente peligrosos: la gallina, el ganso y el pato…decía una lombriz a sus hijitos.” ─ Estanislao Zuleta─
En estos últimos meses, no ha faltado, semana tras semana, escándalos sacerdotales de toda índole. Esta realidad, por supuesto, no es de ninguna manera justificable y, querámoslo o no, está causando malestar en el común de la gente. Con estos escándalos la expresión latina corruptio optimi pessima est, que significa “la corrupción de los mejores es la peor”, cobra toda su vigencia. Si bien, estos escándalos hacen mucho daño a la Iglesia, no podemos olvidar otras situaciones que silenciosamente la están desestabilizando y que no son tan fáciles de percibir e identificar, pero que soterradamente, también hacen mucho daño.


Si de algo debemos estar convencidos es que el problema de la Iglesia, al igual que su solución, no está fuera de ella. “No vayas lejos, vuélvete a ti mismo porque en el interior de ti habita la verdad”, decía San Agustín. En buena hora, el Papa ha convocado a la celebración del año sacerdotal bajo el lema: “Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote”. Significa que una de las riquezas de la Iglesia es el sacerdocio ministerial, pero lo que es riqueza, cuando no se vive con autenticidad, se convierte en problema. Ahora bien, la fidelidad sacerdotal no la podemos direccionar o reducir solo a una dimensión, esto sería sesgar el ser del sacerdote y menospreciar o tratar de inofensivas a las otras dimensiones.

La fidelidad sacerdotal la podemos encauzar desde cuatro dimensiones: ser, hacer, saber y vivir sacerdotalmente; cualquier vacío en alguna de ellas, socava la personalidad sacerdotal. 

El ser sacerdotal hace referencia a la identidad, y la identidad no es negociable ni transferible; ésta nace de la llamada originaria de Dios para estar con Él y al servicio de los hermanos. Sin este llamamiento, no hay ser sacerdotal auténtico. La llamada divina no es invento humano; cuando no hay llamada, el ser sacerdotal se torna ficticio, fatigoso y frívolo. Cuando el sacerdocio parte de una llamada, su ser es manifestación de la creatividad divina en todo momento. Animal inofensivo, el no partir de una llamada divina. 

El hacer sigue al ser, afirma, la filosófica escolástica. Si hay ser, hay identidad en el hacer. Cuando no hay claridad en el ser, el hacer se manifiesta difuso, profuso y engañoso. Cuenta, Don Miguel de Unamuno en su obra San Manuel Bueno y mártir, que una vez un padre comenzó a conversar con una persona que ni creía ni le interesaba creer en Dios, a lo cual, responde el sacerdote, que él tampoco cree, pero lo hace porque cree que le hace bien a la gente. El hacer sin el ser, animal altamente ofensivo.

En cuanto el saber del sacerdote, sin pocas exageraciones se ha caído en la yuxtaposición: academia-fe, espiritualidad-intelecto, creyendo que una va en detrimento de la otra. Esta visión pobre hace que caigamos en un fideísmo exagerado, fe sin razón, o en un racionalismo dominante, donde el misterio no tiene cabida. El saber propio del sacerdote es el ámbito de la fe, una fe que ensancha la razón y escruta el misterio; no una fe que evade el compromiso académico, ni una academia que mira despectivamente la fe. Superar esta dicotomía es generar cultura cristiana. Ya el Papa Juan Pablo II, lo expresaba concretamente: “una fe que no se hace cultura es una fe que no ha sido acogida plenamente, ni pensada íntegramente, ni vivida fielmente.” Animal altamente peligroso, la yuxtaposición academia-espiritualidad.

El vivir del sacerdote se refiere a la santidad, no a una santidad desencarnada e huidiza de los compromisos temporales, tampoco a una “santidad secularizada”, comprometida solo con lo terreno, sin ningún referente divino ni experiencia de fe. Por el contrario, la santidad sacerdotal da sabor a las realidades temporales y se convierte en el faro luminoso en un mundo vacío, fragmentado y sin certezas; allí es donde el sacerdote aparece como testigo de la verdad y artífice fecundo de la esperanza, su vivir transparenta una intimidad que hace nuevas todas las cosas, pues como decía Simone Weil: “no es el modo como una persona habla de Dios lo que me permite saber si ha morado en el fuego del amor divino, sino el modo como habla de las cosas terrenas”. Animal altamente peligroso, una santidad desencarnada.

Ante esta panorámica de escándalos no podemos ser profetas de desventuras, solo ver males y ruinas en la Iglesia, “hay muchos signos sacerdotales edificantes” solía decir Juan XXIII; el mal hace mucho ruido; por eso Goethe, se declaraba del linaje de aquellos que de lo oscuro hacia lo claro aspiraban.

Publicado en el periódico Vida Diocesana. N. 121  Mayo - Junio 2009.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario