viernes, 24 de enero de 2014

DEFENDER LA ESTABILIDAD MATRIMONIAL ES REIVINDICAR LOS DERECHOS DE LOS NIÑOS


Se pregunta un niño: ¿con quién tengo que pasar la navidad?: ¿con mi padre o con mi madre? Los hijos de padres separados han dejado de ser una cuestión excepcional para pasar a ser una realidad bastante habitual, realidad que no puede desconocer la pastoral. Navidad, no puede ser sólo sinónimo de alumbrados bonitos, regalos para todos, cenas y comidas navideñas; navidad es mucho más: reflexión sobre las lecciones de la familia de Nazareth. Una niña le pedía al niño Jesús: “yo lo único que le pido al niño Jesús es que mis papás estén juntos, porque yo los quiero a los dos y la navidad es para pasarla con los seres más queridos”.
Casos como estos no son la excepción: mi papá ya conformó otra familia y mi mamá ya tiene otro compañero, los dos no se pueden ver. Son muchos los empeños en buscar regalos y muy pocos los esfuerzos en promover y defender los derechos de los niños a tener unos padres unidos. El pesebre es reclamo e invitación a la vez, padres e hijos unidos en la simplicidad de la vida. En la sencillez del pesebre está lo más humano y profundo que puede acontecerle a un niño: la presencia de sus padres. 

En Belén no estaba la Virgen sola con el niño, ni San José solo con el niño Jesús, allí no había madresolterismo, ni padresolterismo, ni mucho menos bebé probeta sin ninguna historia familiar, allí estaban un hombre y una mujer unidos alrededor de un niño, que nacía pobre, según nuestra cultura, pero a la vez era afortunado: nacía con la presencia y la esperanza de sus padres unidos. ¡Cuántos niños comienzan su existencia sin la presencia de una familia! Por algo decía Juan Pablo II: “cuando falta la familia, -en este caso sus padres unidos-, se crea en la persona que viene al mundo una carencia preocupante y dolorosa que pesará posteriormente durante toda la vida.” 

Hablar de familia es algo serio, porque es aquí donde se fragua el destino del hombre. De la institución familiar uno se lleva los valores que lo acompañarán por toda la vida. El ateísmo de Nietzsche, Camus, Sartre manifiesta solo una necesidad profunda de la experiencia del padre; Freud enmarca en su texto Totem y Tabú, que los hijos asesinaron al padre y luego tuvieron que divinizarlo, porque descubrieron la profunda necesidad que tenían de él. Esto nuevamente confirma las palabras del Papa: “este peso pesa toda la vida.” Hablar de una presencia de unos padres unidos no es tradicionalismo como algunos lo plantean, sino sentido de humanidad. Son muchos los que hacen alarde de su modernismo porque se encuentran felizmente separados, o ya se han “organizado de nuevo”; o lograron su sueño de ser madres o padres solteros, esto tal vez puede ser “modernismo”, pero no un auténtico humanismo que piensa primero en bien del niño antes que en el propio. 

Hoy se habla mucho de los derechos de los niños pero poco se enfatiza en el derecho que tiene el hijo de contar con sus padres juntos; la familia unida es el ambiente natural de acogida que los niños necesitan para crecer. Lluis Duch, gran investigador de la antropología de la religión, hace caer en la cuenta de la crisis y debilitamiento de las estructuras de acogida y reconocimiento de los niños, entre ellas, la familia. La acogida hace referencia a la experiencia de todo ser humano de saberse y sentirse aceptado, querido, protegido y seguro; además, en la acogida se experimenta la gratuidad y la donación, pareciera ser que la familia no está cumpliendo con esta misión; por eso el desbarajuste del individuo. Todo niño tiene derecho a ser acogido y reconocido, como lo fue el niño de Nazareth. El Dios de Dios, Luz de Luz fue acogido y reconocido en el escenario de la historia a través de una familia; esto no fue ocasional, estaba en el designio divino. El niño por encima de todo; defender la estabilidad matrimonial es la mejor manera de reivindicar los derechos de los niños.

Publicado en el periódico Vida Diocesana N. 130. Noviembre- Diciembre 2011

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