Mundo líquido, sociedad líquida, tiempos líquidos, amores líquidos, relaciones líquidas, son expresiones que el autor Zygmunt Bauman ha introducido en el mundo académico y social; pero ¿qué significan estas expresiones? La mejor metáfora que da razón de esta realidad es la que presenta Emerson al afirmar: “cuando patinamos sobre hielo quebradizo, nuestra seguridad depende de nuestra velocidad” Dos expresiones bien dicientes: hielo quebradizo y velocidad. Significa esto que nosotros estamos parados en un mundo liso y quebradizo, movedizo, e inestable; la misma navidad se ha convertido en algo líquido sin fondo y sin fundamento; y como mecanismo de sobrevivencia en esta sociedad líquida solo nos queda vivir velozmente.
La velocidad tiene que ver directamente con la capacidad y obligación de estar consumiendo, quien no consume no solo se detiene sino que también se excluye. No más percatémonos de esta realidad al instante que estamos aprendiendo a manejar un computador, celular u otro aparato de supuesta alta tecnología, en ese mismo momento de aprendizaje el aparato ya es obsoleto. El mundo líquido tiene que ver con la breve duración de las cosas. De igual manera sucede en las relaciones afectivas, matrimoniales y religiosas; estas son importantes siempre y cuando sean veloces, es decir, breves, rápidas y pasajeras sin ninguna base. A mayor velocidad mayor seguridad en la sociedad. La vida se compone, entonces, de incesantes comienzos y finales, donde es más importante el terminar que el comenzar, no hay cabida para ninguna estabilidad.
Paradójicamente, la navidad, misterio fundante y fundamental, acontecimiento que ha partido la historia en dos, se está impregnando de las características del tiempo líquido. Simplemente demos un vistazo a la forma cómo celebramos el 25 de diciembre: una “fiesta familiar”, centrada en el intercambio de regalos, la cena y otras cosas más por supuesto, donde el único ausente parecería ser el Niño Jesús. El nacimiento del Salvador se ha convertido en el máximo pretexto para el consumismo, hasta tal punto que no hay navidad si no hay regalos, incluso, buena parte de nuestros esfuerzos pastorales están dedicados a la consecución de los regalos. Expresiones como estas dan testimonio de esta realidad: “haga feliz a un niño, dona un regalo.” Todo esto es importante y cultural, pero puede suceder que el bosque no deje ver el árbol.
Tal vez, lo que fue cristianizar una fiesta pagana, el nacimiento del sol invencible, Natalis solis invicti, en estos avatares de la historia está retomando su sentido contrario, paganizar una fiesta cristiana. El filósofo español Julián Marías, al hablar de las infidelidades del cristianismo fue bien agudo al indicar que: “Hay una expresión, de la que se habla mucho, que es la de la secularización del mundo, es verdad, existe, pero hay algo más grave todavía y es la secularización de la religión misma.” Una navidad secularizada equivale a vivir una religión sin sustancia.
Desde este punto de vista la celebración del nacimiento del Verbo Encarnado, fundamento sólido de la historia y de nuestra fe en cierta manera ha entrado en la secularización, es decir, una navidad sin el nacimiento del Verbo Encarnado, o supuestamente un cristianismo cultural, pero sin Cristo. Por eso a: mundos, tiempos, amores, instituciones y, por supuesto navidades líquidas es indispensable volver al sentido originario de la navidad, acontecimiento profundo y dador de sentido a toda nuestra existencia.
Publicado en el periódico Vida Diocesana N. 124. Noviembre – Diciembre 2009
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