Si algo caracteriza a la cultura actual es la poca educación que se tiene a la hora de afrontar la adversidad, a la menor dificultad, se cree que el mundo se viene encima o pareciera que se entra en un túnel sin salida. Miguel de Zubiría, autoridad en temas de suicido sostiene que la fragilidad, la soledad y la depresión son los rasgos que caracterizan a las nuevas generaciones. La fragilidad, concebida como un no sabernos defender ante la agresión de los otros o las circunstancias contrarias que acechan nuestro bienestar; la soledad, catalogada por varios intelectuales, como el síndrome del siglo XXI, refleja la incapacidad de tener amigos y establecer vínculos profundos; y la depresión entendida como un estado de infelicidad con uno mismo, hasta la propia compañía produce hastío y pereza. Muchas personas e instituciones, piensan que su misión educativa consiste en formar personas para un mundo sin dificultades, cuando en la mayoría de las veces, la vida viene acompañada de múltiples insatisfacciones. La lógica es distinta, una buena educación busca que las personas adquieran competencias para poder afrontar la adversidad. Esta sociedad también nos ha enfrascado en la mentalidad de ser exitosos. El éxito según esta perspectiva se vislumbra directamente proporcional a la ausencia de dificultades, cuando verdaderamente el éxito implica saber enfrentar las adversidades.
Un experimento creativo y atinado del psicólogo Martin Seligman corrobora esta tesis. En su ser de investigador un día encerró 50 ratones en una alberca y observó el tiempo que tardaban para morir; 45 murieron en las primeras 24 horas, mientras que los otros cinco sobrevivieron hasta 72. Al no encontrar particularidades biológicas en ellos, se preguntó: ¿En dónde estaba la diferencia? Un día el celador del laboratorio le contó que cuando fue a comprar los ratones solo había 45, y que los otros 5 cinco los había atrapado en la alcantarilla. Estos cinco fueron los que sobrevivieron más tiempo. Con este experimento se evidencia como la adversidad se convierte en una circunstancia importantísima a la hora de calificar y cualificar la solidez y madurez de una persona. Un mundo color de rosas solo existe en las novelas, es el ser humano quien al enfrentarlo y confrontarlo lo convierte en escenario de realización personal. Huir de las dificultades es negarnos a explorar una serie de potencialidades que están en lo más profundo de nuestra vida. Existe el problema porque existe el ser humano, luego, la persona es más grande que el problema. No absoluticemos los problemas.
José Ortega y Gasset habla de tres actitudes, que son esenciales al momento de afrontar- enfrentar las adversidades: entereza, enterarse y enterar; las tres parten de una misma raíz etimológica: entero. Entereza hace referencia a la firmeza y restitución de ánimo ante los problemas, sin entereza no hay salvación del problema. El enterarse implica relación directa con la razón, no podemos perder la razón ante la dificultad, sin ella todo es oscuro y complejo, la razón clarifica el problema. Y el enterar es una acción que implica contar con el otro, el encierro desconoce la posición del otro, es importante abrirnos a los demás. Solos no podemos solucionar los problemas. Ante la fragilidad, la depresión y la soledad quedan como antídotos: entereza, enterarse y enterar.
POSDATA: En la mayoría de las veces quien intenta suicidarse busca enterar al profesional de la salud o a alguien cercano de su interés por su vida, solo que son muy pocos los que se enteran de esta verdadera intención y por eso no les dan entereza.
Publicado en el periódico Vida Diocesana febrero 2012
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