jueves, 23 de enero de 2014

SI YO CREO SER LO QUE TENGO, ENTONCES ¿QUIÉN SOY?


José Raúl Ramírez Valencia 
Erich Fromm, afamado psicoanalista y gran pensador social del siglo XX, de una manera clara y asertiva hace la diferencia entre ser y tener: “Si yo soy lo que tengo y lo que tengo se pierde, entonces, ¿quién soy yo? Nadie, sino un testimonio frustrado, contradictorio, patético, de una falsa manera de vivir”. En la filosofía medieval se solía decir, “el obrar sigue al ser”, mas no el obrar funda el ser; Descartes, filósofo moderno, escribía: “pienso, luego existo”; en este momento histórico, según esta lógica, habría que afirmar: “tengo, luego soy”, entonces, “yo soy lo que tengo”: Tengo un carro, una moto, una profesión, unos conocimientos, tengo fe, en fin… “tengo” es mi identidad, mi huella y mi cédula de ciudadanía, sin el tener no soy nada; por tanto, el perfil para mi hoja de vida tendría que diseñarlo según las “competencias” del tener, y la selección de personal en las empresas partiría de los criterios del tener y no del ser.
Esta mentalidad expresada en el lenguaje —la forma de hablar da razón de la manera de vivir, dime cómo hablas y te diré quién eres—, conduce también a ciertas relaciones no muy sanas dentro de los dictámenes del tener; expresiones como estas son su mayor reflejo: tengo trabajadores, tengo esposa, tengo hijos, tengo alumnos, tengo vicarios parroquiales; esta palabra: “tengo”, no poco inocente, denota e induce a ciertos comportamientos que hacen ver a las personas como objetos de posesión de los que se puede disponer y utilizar al antojo del que pronuncia dicha palabra. Además, éstas expresiones del tener conducen a un cierto “autoritarismo” o juegos de poder y verdad, según Foucault, donde la “autoridad” impone y crea la “verdad”, perdón, “la verdad que cree tener”. 

Cuando las relaciones son impuestas desde el tener poder, no son igualitarias ni equitativas, se termina por creer que quien tiene el poder tiene la verdad y difícilmente se podrán establecer relaciones verdaderas, profundas y equitativas entre el inferior y el superior; siempre estarán bajo la lupa de que quien ostenta el poder ostenta la verdad. Además, visto el poder desde esta óptica, todo es generosidad de los poderosos y nada es mérito del inferior. Por eso no tiene sentido la pregunta ‘¿qué es el poder o de dónde viene?’, sino más bien, ‘¿cómo se ejerce?’, a lo cual hay que responder que el ejercicio del poder es un mando, pero no un mando autoritario, sino un mando que tiene sentido desde la etimología de la misma palabra: manus dare, dar la mano. El poder es para dar la mano, crear igualdad en el ser, no divisiones en el tener, el poder afecta y debe afectar para la equidad y el crecimiento mutuo.

¿No será más evangélico y filosófico afirmar que soy el esposo, soy el padre, soy persona de fe, soy profesional, a emplear el verbo tener? El verbo ser humaniza, mientras que el tener escueto sin ninguna referencia al sujeto deshumaniza; ante el vacío del ser se quiere responder con el imperativo del tener y del hacer. Cuando una sociedad, persona, empresa o parroquia emplea y vive más del verbo tener que del ser, sin duda alguna está adoleciendo de algo; quizás de inseguridad, miedo o autoritarismo, pues, como dice el mismo Fromm: “Si yo soy lo que soy, y no lo que tengo, nadie puede arrebatar, ni amenazar mi seguridad y mi sentimiento de identidad”. Mi identidad proviene no de lo que tengo, ni de lo que hago, ni del poder que ostento, sino de lo que soy. Existe una gran diferencia entre el tener y el ser; el tener ensancha e idolatriza el yo, anulando y caricaturizando a los demás, el ser nos hace profundamente responsables y abiertos a los otros; el tener corta, coarta y tiraniza la relación, el tener exterioriza y banaliza el yo, el ser vuelve íntimo y profundo el yo; el tener cosifica y utiliza a las personas, el ser valora, cuida, respeta y engrandece a las personas.

Publicado en el periódico Vida Diocesana abril 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario