jueves, 23 de enero de 2014

EVALUACIONES PERIFÉRICAS O DEMAGOGIAS EVALUATIVAS

 Pbro. José Raúl Ramírez Valencia. 


Si algo ha entrado en la cultura, tal vez a la fuerza o por convencimiento, es la evaluación; hoy todo se evalúa, aun lo más insignificante. La evaluación hace parte de la cultura. Evaluamos, supuestamente, para mejorar, pero sucede que muchas evaluaciones en vez de hacer avanzar la historia la estancan o en su defecto la hacen retroceder, ¡vaya uno a saber! Frente a la manía de estar evaluando todo, aparecen a la par vicios evaluativos sin ningún oficio ni trascendencia que, lejos de evaluar lo esencial, se quedan en cuestiones baladíes, sin direccionalidad hacia el objetivo.


No es invento, es realidad. Historias como estas suceden a diario. Invitan a un congreso de actualización sobre determinado tema y al momento de evaluarlo distorsionan el objetivo. Preguntas y esquemas evaluativos como estos no son la excepción: califique de uno a cinco: organización, refrigerios, almuerzo, número de participantes, logística, integración, presentación personal del ponente y, en el último enciso, si no se olvida pertinencia y actualidad del tema. Pero lo más sorprendente es el resultado de la calificación: un congreso UNO A; sólo nos “rajamos” en un puntico: actualización del tema. Este tipo de evaluaciones se pueden denominar: evaluaciones periféricas o demagogias evaluativas, una especie de evaluaciones halagadoras. 

Creo que es bueno hacernos algunas preguntas. ¿En verdad las evaluaciones están apuntando al objetivo? o ¿es simplemente una moda cultural o en su defecto un requisito más del proceso?  

Esto no es todo, también existen evaluaciones narcisistas, donde se espera que se diga que todo estuvo muy bien y si alguien tiene la osadía de disentir se descalifica argumentando: esta persona es muy negativa; al igual que narciso no damos cabida a otras miradas, sólo miramos lo bueno. En las evaluaciones narcisistas prima la subjetivad sobre la objetividad, el sentimiento sobre la razón, el ego sobre el bien común, lo inmediato sobre el proyecto. Ante esta realidad no está de demás parodiar al escritor francés Merleau Ponty: “la mejor manera de hacernos la imagen perfecta de una persona o de un evento es cuando este o ella no están presentes.” Esto significa, que tanto el tiempo y la distancia son categorías indispensables para evaluar-valorar-avanzar; tomemos distancia, analicemos con cabeza fría, dejemos que el tiempo se encargue de darnos su veredicto. No dejemos que nuestro narciso dicte sentencia sobre lo bueno o lo malo de un acontecimiento o en su defecto de la gestión de una persona. No obstaculicemos el avance de la historia con nuestras evaluaciones narcisistas.  

Lo mejor para hacer una buena evaluación es la imparcialidad, pero ¿qué es la imparcialidad? Ortega y Gasset, hablando de este tema, dice: “Imparcialidad es serenidad, frialdad ante las cosas y ante los hechos. ¿Qué es criticar-evaluar? Clavar en la frente de las cosas y de los hechos un punzón blanco o un punzón negro, arrastrarlos al lado de lo bueno. Siempre clavar. Siempre arrastrar hacia el bien.” Caminemos hacia la imparcialidad, no le tengamos miedo, no la confundamos con nuestros egos.    

Tampoco podemos caer en el llamado gatopardismo, que propone el escritor italiano Giussepe Tomas, en su novela El gatopardo, donde expone su máxima: “si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.” ¡Paradójico! Quien lo creyera, existen evaluaciones centradas sólo en lo periférico, pero a los cambios sustanciales poco se le apunta o, en su defecto se evaden; pareciera ser que estamos muy conformes con lo que tenemos, sólo necesitamos de unos datos evaluativos periféricos para seguir haciendo lo que estamos haciendo. Si queremos continuar como estamos sigamos con evaluaciones demagógicas, narcisistas y gatopardistas. Evaluemos la evaluación, a cambios sustanciales, evaluaciones sustanciales.

CODA: Estamos construyendo un plan ¿a partir de qué evaluaciones?  
Publicado en el periódico Vida Diocesana Mayo- Junio  2010

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