Por. José Raúl Ramírez Valencia.
Despersonalización, masificación, deshumanización son expresiones que denotan no someramente, sino en profundidad algunos vacíos de la sociedad paquidérmica y voluptuosa en la que nos encontramos. En esta sociedad -conformada más por individuos, organizaciones e instituciones que por personas- nos hemos convertido en una cifra, un número más sin ninguna trascendencia. Somos al igual que una moneda que se echa a la alcancía de la sociedad o de una entidad, pero que al fin de cuentas no interesa, porque su cuantía es de mínimo valor y poco suma o resta según los intereses institucionales; más bien, a veces estorba y su ruido ocasiona incomodidades, su pérdida ni siquiera suscita una reflexión.
Somos uno más, uno menos, en el maremoto de la sociedad que en muchas ocasiones nos percibe más como seres duplicados, donde es lo mismo uno que el otro. Para un buen número de instituciones importa más la cifra, el número, lo general, la cantidad y lo abstracto que la persona misma. Anotemos un ejemplo claro, sencillo y contundente: al preguntar por el número de empleados, estudiantes, sacerdotes o ciudadanos un buen grupo responderá con cifras genéricas como: ¿cuántos trabajadores son en su empresa?, dirán 200, cuando en realidad son 205; ¿cuántos estudiantes?: 3.000, y en verdad son 3.020; ¿cuántos sacerdotes?, 400, y siendo exactos son 410. ¿Será que esos otros cinco empelados, esos 20 estudiantes y esos 10 sacerdotes no suman, ni tienen nada de original, ni de propio? ¿Será lo mismo ocho que ochenta? ¿Será lo mismo contar personas que sillas?
Solo para pensar: las sillas están una junto a la otra, las personas coexistimos y convivimos. Entre el estar y coexistir hay una esencial diferencia, la sillas se duplican, los seres humanos no. Ante tal situación hay que recordar que el evangelio hace mención de noventa y nueve, no redondea la cifra, al contrario enfatiza en lo uno, singular y concreto, deja las noventa y nueve y le da toda la importancia a esa única e irrepetible que anda confundida. Cuando en una sociedad o institución imperan más las cifras y los datos, no se siente vacío, ni preocupación, ni responsabilidad por la deserción de un estudiante, un sacerdote, o asesinato de una persona. El resultado será que, en vez de preocuparnos, seguimos indiferentes y paquidérmicos como si nada hubiera pasado; al fin de cuentas uno más, uno menos. “La muerte de todo hombre me disminuye”, la expresión parece que fuera escrita para habitantes de otra galaxia, no para nuestro mundo y nuestras circunstancias….al fin de cuentas las campanas solo doblan por él y nadie más.
El ser solo un número, un individuo, una cifra en la sociedad denota una ausencia de comunidad y de familia, porque cuando hay experiencia de familia y de comunidad; el éxito, fracaso, frustración o cambio de horizonte de vida de una persona incide profundamente al interior de ellas. Quien fracasa, triunfa o cambia de horizonte no es un ser extraño, ajeno, distante o perturbador a nuestras connotaciones vitales y comunitarias, por el contrario, se diría, era una persona que desde su singularidad aportaba y abría el mundo de cada uno de nosotros con visión diferente. Cuando hay cuidado por el otro y me importa lo que hace mi “hermano” significa que lo que le acontece a un miembro de la familia le acontece a toda la familia y a toda la comunidad.
¿Acaso soy yo guardián de mi hermano? La respuesta sigue abierta y preocupante.
Somos uno más, uno menos, en el maremoto de la sociedad que en muchas ocasiones nos percibe más como seres duplicados, donde es lo mismo uno que el otro. Para un buen número de instituciones importa más la cifra, el número, lo general, la cantidad y lo abstracto que la persona misma. Anotemos un ejemplo claro, sencillo y contundente: al preguntar por el número de empleados, estudiantes, sacerdotes o ciudadanos un buen grupo responderá con cifras genéricas como: ¿cuántos trabajadores son en su empresa?, dirán 200, cuando en realidad son 205; ¿cuántos estudiantes?: 3.000, y en verdad son 3.020; ¿cuántos sacerdotes?, 400, y siendo exactos son 410. ¿Será que esos otros cinco empelados, esos 20 estudiantes y esos 10 sacerdotes no suman, ni tienen nada de original, ni de propio? ¿Será lo mismo ocho que ochenta? ¿Será lo mismo contar personas que sillas?
Solo para pensar: las sillas están una junto a la otra, las personas coexistimos y convivimos. Entre el estar y coexistir hay una esencial diferencia, la sillas se duplican, los seres humanos no. Ante tal situación hay que recordar que el evangelio hace mención de noventa y nueve, no redondea la cifra, al contrario enfatiza en lo uno, singular y concreto, deja las noventa y nueve y le da toda la importancia a esa única e irrepetible que anda confundida. Cuando en una sociedad o institución imperan más las cifras y los datos, no se siente vacío, ni preocupación, ni responsabilidad por la deserción de un estudiante, un sacerdote, o asesinato de una persona. El resultado será que, en vez de preocuparnos, seguimos indiferentes y paquidérmicos como si nada hubiera pasado; al fin de cuentas uno más, uno menos. “La muerte de todo hombre me disminuye”, la expresión parece que fuera escrita para habitantes de otra galaxia, no para nuestro mundo y nuestras circunstancias….al fin de cuentas las campanas solo doblan por él y nadie más.
El ser solo un número, un individuo, una cifra en la sociedad denota una ausencia de comunidad y de familia, porque cuando hay experiencia de familia y de comunidad; el éxito, fracaso, frustración o cambio de horizonte de vida de una persona incide profundamente al interior de ellas. Quien fracasa, triunfa o cambia de horizonte no es un ser extraño, ajeno, distante o perturbador a nuestras connotaciones vitales y comunitarias, por el contrario, se diría, era una persona que desde su singularidad aportaba y abría el mundo de cada uno de nosotros con visión diferente. Cuando hay cuidado por el otro y me importa lo que hace mi “hermano” significa que lo que le acontece a un miembro de la familia le acontece a toda la familia y a toda la comunidad.
¿Acaso soy yo guardián de mi hermano? La respuesta sigue abierta y preocupante.
Publicado en el periódico Vida Diocesana. Agosto 2013
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