viernes, 7 de diciembre de 2018

ENTRE EL ADULADOR Y EL CRITICÓN: UNA ANALGÉSICA SITUACIÓN

Por José Raúl Ramírez Valencia 

Vivimos en una sociedad enferma y enrarecida por los “mequetrefes psicodélicos” que se pelean el protagonismo entre un buen número de consejos y comités, ya sean de tipo religioso, civil o estatal: los solemnes aduladores y los malcriados criticones. Respiramos aduladores por doquier, quizás sea por la baja autoestima o por hiperbólica subjetividad. Junto a este número de aduladores, aparecen los criticones inconformes, pesimistas engreídos, que intoxican y contaminan la atmosfera de la realidad. Dos fuegos cruzados y polarizados: la adulación engañosa, falaz y torpe, y la crítica orgullosa, petulante, sin conmiseración alguna.

La adulación, enajena-aliena, estropea y nubla los ambientes institucionales; mientras que la crítica inmisericorde o la infantil crítica, hiere-lacera la sociedad, ocasionando parálisis y fisuras organizacionales. Yo te adulo para que tú me adules, parecería ser la lógica reinante en algunos comités organizacionales. El adulador es un solemne embustero maquillador que en no pocas ocasiones esconde una agenda secreta o un deseo manipulador.
Sin duda alguna, muchos jeques del momento no subsisten sin los flamantes aduladores, pues entre la adulación y la traición la distancia es insignificante. A mayor adulación, menor objetividad. Ante esta analgésica situación, toman peso las palabras de Séneca: “Prefiero molestar con la verdad a complacer con adulaciones”. “Solo para pensar: a las abejas las dispersan echándoles humo”; ojo, el humo nubla-enceguece-distrae.    
El engreído pesimista criticón, a diferencia del adulador, percibe la realidad grisácea, caótica y llena de agujeros negros con una falaz perspectiva de esperanza. Su mundo interior es tan opaco y confuso que hasta su misma sombra se convierte en punto blanco al cual hay que atacar sin recato alguno. El criticón cree que cuando critica “crea” o hiere las circunstancias, cuando en su más triste y sofista condición, se manifiesta como náufrago insatisfecho sin horizonte alguno; como criticón, no añora soluciones, solo problemas para no desentonar con su dramática personalidad. ¿Será que entre los comités, consejos y juntas que tienen los jefes del momento existen muchos solemnes aduladores-embusteros y criticones-engreídos-pesimistas? Frente a esta “situación analgésica o analgésica situación” ¿cómo encontrar el punto medio?  
Urge la personalidad perentoria del hombre sensato. Mientras que los aduladores y engreídos criticones producen ruidos estridentes y nudos en las discusiones, el hombre sensato, con su inquietante tranquilidad, suscita sinfonía en el actuar e interviene en la realidad, saturándola de sentido y objetividad. El hombre sensato no es el estático, ni el parsimonioso, ni mucho menos el apasionado turbulento del momento, al contrario, es el hombre libre que sondea las realidades apremiantes y emancipadoras de cada persona y las circunstancias sociales desafiantes, con la inquietante y tranquila voz de la responsabilidad amasada y amalgamada por la verdad y bien de cada persona y de cada institución.
Ahora bien, ¿cómo defendernos de los “mequetrefes psicodélicos?” La respuesta más provocadora proviene del emperador romano Marco Aurelio, que mientras luchaba en las campañas escribía en las noches su obra Meditaciones, donde su estoicismo, escuela filosófica a la cual pertenecía, le susurraba con atinado acento: “Una forma de defenderte de los enemigos es no parecerte a ellos”. La sentencia es imperativa: si quieres que las instituciones no padezcan paquidermia, no hagas lo que ellos hacen. El problema aún es más magno de lo que pensamos, pues señalemos a los otros de aduladores y criticones-egoístas, sin darnos cuenta de que todos manifestamos a través de nuestro inconsciente social mucho de lo uno y de lo otro.  Necesitamos héroes de la sensatez, ¿te animas?   
POSDATA: ¿a quiénes tenemos en nuestros comités? La responsabilidad social del filósofo es poner a pensar.

Artículo publicado en el periódico vida diocesana. julio 2018  

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