Por José Raúl Ramírez Valencia.
El pasado 9 de abril se dio a conocer la exhortación
apostólica del papa Francisco, Gaudete et
exultate («Alégrense y regocíjense»), con el objetivo de «hacer resonar el
llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus
riesgos, desafíos y oportunidades» (p. 2, 2018).
Quizás, la santidad es un tema en desuso en la Iglesia,
otras temáticas son las que acaparan y convocan la atención de muchos fieles. Para
un amplio sector de la sociedad es de poca valía e interés hablar de santidad, se
concibe y se confunde como tema de mojigatos o de personas «raras» que en vez
de asumir la vida con seriedad, suspiran por una levitación extraña y
malintencionada como la del padre Nicanor, narrada en «Cien años de soledad».
¿Cómo describir este contexto donde la santidad se
presenta como intrusa e indómita señora del momento? Agreste, enrarecido e
intempestivo. La santidad como propuesta antropológica es percibida por ciertos
actores sociales de sospechosa, absurda y enemiga; supuestamente como un ataque
retrogrado e infundado a las pretensiosas aspiraciones del hombre contemporáneo.
La expresión «renuncia de sí mismo», parecería ser la más cruda ofensa a los
derechos humanos. Incluso, mencionar la santidad en este enrarecido ambiente, donde
lo normal y natural riñen frontalmente con lo correcto, argumentando que es cultural,
dado que la cultura se ha convertido en el ídolo y en la panacea momentánea que
no permite ser cuestionada ni por un mínimo canon del sentido común.
Estamos estremecidos por este invierno: a la par que se padecen las bajas temperaturas en Chile,
se vive, no con menor intensidad, el invierno-infierno
eclesial. Los fríos estremecedores de los escándalos, han dejado a la
intemperie y en cuidados intensivos a la Iglesia que busca abrigarse, curarse y
sobreponerse al calor de la santidad, donde los medios de comunicación, sin
ninguna conmiseración y recato alguno, quieren cobrar justicia por cuenta
propia, desnudando cada una de las infidelidades eclesiales. Ante esta agreste realidad, surge como emperatriz seductora,
la imperiosa santidad como riesgo, desafío y oportunidad.
El término riesgo, proviene de risco, peñasco de gran
altura y de difícil acceso para los barcos que navegan. La santidad no significa
navegar pasivamente sin peñascos, tampoco, lo profundo de la santidad se manifiesta
en la vida serena; se revela, más bien, en la forma espiritual y creativa en
que se afrontan cada uno de los peñascos personales y comunitarios. Con el
riesgo, lejos de hacernos sabiondos, descubrimos la presencia tenue pero
profunda de ese Alguien que satura de
sentido nuestro existir. Sin riesgo, no hay santidad, habrá conformidad,
bienestar, pero no santidad. La santidad implica aventura, mas no toda aventura
se mide por el éxito o el fracaso, esas son categorías seculares, sino por el
crecimiento personal y relacional en todas sus dimensiones.
Desafío es una palabra compuesta por dos expresiones: des y afiar, donde afiar significa
darle garantía y des, quitarla. La santidad
como desafío implica quitarle garantía a los pseudo valores propuestos como
ideales existenciales. El desafío requiere destreza y valentía para
desenmascarar a tantos señoritos que hacen ver la apariencia, el dominio del
otro y la absolutización del presente como dioses que sacian los deseos
furibundos de alocados personajes del momento. La santidad es autenticidad, no
apariencia; reconocimiento del otro, no dominio ni desprecio; responsabilidad y
cuidado del tiempo en aras del mañana, no mercaderes del presente.
Oportunidad: palabra proveniente de los marineros. Los
navegantes utilizaban la expresión ob
portus para referirse a la combinación de viento, corriente y marea, como
la mejor manera de aprovechar las condiciones climáticas cuando el capitán
avizoraba el puerto de llegada. La santidad como oportunidad nos hace
perspicaces y sabios con el entorno, nos encamina a discernir lo bueno,
verdadero y bello que hay en la realidad para dimensionarnos y afianzarnos en la
vida trascendente asumiendo cada responsabilidad del momento. Si la santidad no
muestra el puerto de llegada, es una falsa y engañosa doncella que solo
engatusa y perturba el presente con halagos lisonjeros de felicidad.
POSDATA: la santidad es riesgo que complica la vida. Dios
es el totalmente auténtico que no se repite en la santidad de las personas.
Articulo publicado mes de agosto en el periódico Vida diocesana 2018
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