Por José Raúl Ramírez Valencia.
Dios no es problema, quizás las religiones, pero algunas
pseudo creencias no cabe duda que lo son, pues en vez de hacer diáfano el
misterio de Dios, lo enrarecen, distorsionan y opacan. «Dios no existe, pero existen
las religiones», afirman los ateos. Es paradójico que muchas prácticas o expresiones
religiosas no formen sujetos religiosos autónomos, solo personas débiles y
temerosas, como baldragas o pacatos refugiados en el sucinto de sus «emociones doctrinales».
Así, los desafíos más serios que enfrenta la Iglesia en
este siglo no son precisamente el secularismo y la indiferencia religiosa, sino
el fanatismo, proveniente de cierta «religiosidad popular» alimentada por fideístas-sensacionalistas.
Ante esta afirmación surge un delicado cuestionamiento: ¿las propuestas
pastorales están formando sujetos religiosos íntegros y socialmente
responsables? ¡Ojo con la ingenuidad! Las medallitas o peregrinaciones con
reliquias sin un auténtico núcleo evangelizador distraen, distorsionan y
enredan la pastoral en un conjunto de prácticas que ahogan el compromiso verdadero
y audaz de la fe. ¡Alerta! Dios puede estar emboscado pidiendo auxilio ante
tanta práctica religiosa salida de tono que opaca su ser y su actuar. Necesitamos
mayor pensamiento religioso que enfatice lo esencial y no lo artificio y
decorativo de la fe; «cuando Dios desaparece aparecen los fantasmas», decía el
poeta Novalis.
En 1784, Emanuel Kant escribió una carta titulada ¿Qué es la Ilustración? En ella, directa
y persuasivamente sacude el ambiente social y religioso al hablar de la comodidad
de la minoridad: «Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza
mi conciencia, un médico que dictamina acerca de mi dieta, […] no necesitaré
esforzarme». Atreverse a pensar es la propuesta kantiana. ¿Será que estamos padeciendo
el síndrome de la minoría de edad en cuestiones religiosas? Tener un pastor no
es debilidad, la dificultad estriba en que el pastor no piense o que piense por
mí sin examinar cuidadosa y responsablemente asuntos religiosos. Reflexionemos
algunos puntos de la carta:
1. La minoría de edad «se ha convertido casi en su naturaleza».
Es propio del ser humano razonar, pensar. Aceptar cualquier práctica religiosa
sin el mínimo de la razón la falsea y propicia la comodísima posición de no pensar-estudiar-reflexionar
las verdades de fe. La fe sin la razón padece somnolencia crónica.
2. «Oigo exclamar: ¡no razones! El oficial dice: ¡no
razones, adiéstrate! El consejero financiero: ¡no razones, paga! El pastor: ¡no
razones, cree!» La auténtica religión lejos de enceguecer al sujeto o hacerlo
acrítico, le abre la mente; el creyente no abdica a la razón, con ella, el
mundo y el misterio divino se hacen más comprensibles.
3. «Un sacerdote está obligado a enseñar a su comunidad
según el símbolo de la iglesia a la que sirve. Como sabio, tiene la libertad y
la misión de comunicar al público todas sus ideas cuidadosamente examinadas y
bien intencionadas acerca de los defectos de ese símbolo; y debe exponerle las
propuestas relativas a un mejoramiento de las instituciones de la religión y de
la iglesia». El sacerdote tiene el social deber de señalar los defectos de
ciertas expresiones religiosas que enajenan a la persona y no hacer apología de
la cómoda expresión «es la fe de la gente», con el falaz pretexto de que
aumentan los fieles y las ofrendas.
4. «La salida del hombre de su minoría de edad de la que
él mismo es culpable, especialmente en asuntos de religión […] es tanto más
dañina como la más deshonrosa entre todas». El tutor religioso «puede carecer
de criterio» en asuntos de culinaria, orfebrería, diseño de modas, etcétera,
pero en cuestiones religiosas es imperdonable que no sea crítico pensador, dado
que toda postura o práctica religiosa incide positiva o negativamente en el
escenario social.
5. «Pretender que los tutores en cuestiones espirituales
hayan de ser menores de edad, constituye un disparate que conduce a la
eternización del disparate». Un tutor religioso carente de raciocinio y
discernimiento es un peligro para la sociedad, su insulso juicio no solo multiplica
los disparates, también atrofia al sujeto dejándolo con determinadas taras
religiosas.
En fin, algunas prácticas pastorales padecen innegables enfermedades
provenientes de ciertas creencias, como consecuencia, en muchos casos, de la
minoría de edad de algunos tutores religiosos. Pueda ser que este diagnóstico no
sea el común denominador en muchos agentes y métodos pastorales.
POSDATA: ¿será que existen enfermedades religiosas o
prácticas religiosas que enferman? ¿Cómo identificarlas? ¿Cómo tratarlas?
Artículo publicado en el periódico Vida Diocesana Octubre 2018
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