miércoles, 1 de febrero de 2017

LO ANORMAL DE LO NORMAL

Por José Raúl Ramírez Valencia 

«Un hombre terrible y temiblemente normal» es la expresión que utiliza la filósofa Hannah Arendt, en su libro: Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalización del mal (1963), en el cual analiza las razones del fenómeno nazi, el papel equívoco de los consejos judíos en el genocidio, así como la naturaleza y la función de la justicia, a partir del juicio que en 1961 se llevó a cabo en Israel contra Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS. Esta pensadora fue enviada por la revista The New Yorker para informar sobre el proceso contra este supuesto monstruo de la muerte, como fue llamado, quien fuera juzgado y posteriormente llevado a la horca en Jerusalén.

Adolf Eichmann, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, fue el encargado de despachar a miles de judíos a los campos de concentración. En este informe, Arendt da muestra de sus grandes dotes de filósofa y de la utilidad de la filosofía para ahondar en estos fenómenos en contraposición a un mero periodismo informativo, con lo cual evidencia lo que significa verdaderamente pensar. 

Hannah describe a este hombre contrariamente a lo que esperaban los medios de comunicación y los grandes líderes judíos. Se pensaba que ella diría que Eichmann era una máquina del mal y el más horrible criminal, maniático-fanático, monstruo poseído por el odio a los judíos, pero ella agudamente lo ve como «un hombre terrible y terroríficamente normal», con una incapacidad abrumadora de pensar por sí mismo, programado para recibir y cumplir órdenes. Su maldad no era innata, ni patológica, solo era la consecuencia de quien obedecía sin pensar por sí mismo. 

Eichmann era un diligente empleado, «buen padre de familia y con sentido de amistad para con sus amigos». La maldad por tanto, no reside principalmente en personas perversas y malvadas, sino en personas que no piensan por sí mismas y solo obedecen a un sistema o una ideología ciegamente sin pensar y reposar la moralidad de las órdenes. El mal puede ser obra de personas común y corrientes. Eichmann «fue la pura ausencia de pensar —que no es poca cosa— lo cual le permitió convertirse en uno de los más grandes criminales de su época»; fue un asesino por encargo no por vocación, escribía Arendt. Adolf en su defensa afirmaba que él nunca había matado a un judío con sus manos, «solo recibía y daba órdenes». 

Visto desde la óptica de Arendt, el hombre que causó la muerte a más de seis millones de judíos solo fue un eficiente trabajador; su mente estaba tan metida en el sistema que no fue capaz de pensar en las consecuencias de su obediencia. De esta historia real podemos deducir algunas conclusiones:

1. Existen un buen número de funcionarios eficientes que obedecen normas ciegamente, solo con el objetivo de permanecer en sus puestos o conservar las ideologías de las instituciones, sin cuestionar sus criterios o posiciones frente a una norma o estructura, ni siquiera plantearse las consecuencias de su obediencia. 

2. En diferentes sistemas, ideologías y organizaciones existe un significativo número de personas que ostentan el poder y el autoritarismo entre sus empleados y para mantenerse en él buscan rodearse de personas eficientes, cumplidoras del deber o de las órdenes, pero sin una mínima posibilidad para cuestionarse sobre los efectos de su obediencia. Aquello seguramente es eficiencia laboral que asegura la permanencia y reconocimiento del autoritario, pero servilismo desastroso para la sociedad. La sumisión sin cuestión ni evaluación entorpece a la persona y vitupera a la sociedad, la sumisión de «idiotas serviles del momento».

3. Si algún papel importante deben cumplir las humanidades en los diferentes currículos académicos, es el de motivar al estudiante a pensar con autonomía y libertad. Sin la ciencia de las humanidades formamos ciudadanos obedientes, adeptos a un sistema productor, máquinas al servicio del consumismo y burócratas de la tecnología, pero ausentes y distantes del pensamiento crítico y cuestionamiento social. 

4. Pensándolo bien, ¿será que no pensar por sí mismo es lo normal?, o más bien ¿lo anormal en este momento será pensar por sí mismos? Pensar significa derribar ídolos, romper fronteras, mitos, normas e ideologías que manipulan a las sociedades y a las personas. 

5. La sociedad actual necesita profundos filósofos al estilo de Arendt que se atrevan a pensar más allá del sistema y de los intereses personales, así sean cuestionados por los señores del momento.

Artículo publicado en el periodico vida diocesana abril 2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario