Por José Raúl Ramírez Valencia
Frases como estas constantemente se escuchan en el común de la gente: «Se va a casar, pues sépalo que se va a amargar la vida, se cansó de vivir bueno», «el matrimonio, al que no lo mata lo desfigura». Estas expresiones populares caricaturizan y maltratan el matrimonio. El papa Francisco ha sido contundente al afirmar:
Con humildad y realismo tenemos que reconocer que a veces nuestro modo de presentar las convicciones cristianas y la forma de tratar a las personas han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos, por lo cual nos corresponde una saludable reacción de autocrítica. Exhortación postsinodal Amoris Laetitia, n. 36, 2016.
En el mismo numeral de la exhortación, el Papa expone dos causas que vivifican esta situación: la primera, «el llamado a crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el deber de la procreación», es decir, una preocupación excesiva por los hijos afectó la preocupación por la vida de pareja. La segunda, «se ha presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas reales de la familia». Estas dos causas, entre otras, según el Papa, han hecho que el matrimonio no sea más deseable y atractivo.
El papa Francisco insiste más en la belleza del matrimonio que en la verdad del mismo. Enfatizar excesivamente más en lo doctrinal del sacramento que en lo bello, hace que el matrimonio se torne como una carga social o quizás afectiva, además de verlo como un compromiso que la Iglesia promueve para complicar la vida y trasnochar la cultura. Al respecto escribe el Papa:
Durante mucho tiempo creímos que solo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y llenábamos el sentido de sus vidas compartidas. Amoris Laetitia, n. 37.
¿Será que la belleza atrae e incluye más que la verdad? Al hablar de la verdad del matrimonio algunos sienten un cierto temor; otros, una cautelosa desconfianza y no pocos un tedio existencial, pero cuando se expone la belleza del sacramento fluye una atracción-motivación por el encanto del encuentro con el tú y con el nosotros familiar. ¿Cómo armonizar lo bello y verdadero?, ¿lo unitivo y lo procreativo sin detrimento de lo uno y lo otro?
Otras razones más para analizar la realidad del matrimonio:
1. La belleza de la vocación: el término vocación ha sido entendido y explicado por la Iglesia de manera limitada y sesgada, generalmente se ha entendido como opción por la vida religiosa, no como una vocación sacramental, en este caso, al matrimonio. Así como Dios llama a la vida sacerdotal o religiosa, llama también a la vida matrimonial; tan sagrada, sublime y especial es la vocación sacerdotal como la matrimonial.
El poeta Píndaro definió la vocación como un «llegar a ser quien se es», el matrimonio, por tanto, no anula a la persona, ni su personalidad, al contrario, la apuesta es a que la realice, la autoafirme y le dé sentido a una vida de compromiso con el otro, con sus hijos. Tampoco la falsea o lo soborna, la conduce a su más profunda realización, solo que es el otro, (esposo/a) quien confirma la autenticidad o inautenticidad personal. Así mismo, el matrimonio tampoco desfigura, más bien configura el más genuino yo personal a través de la reciprocidad. Tampoco satura o minimiza la bondad de la vida, la confronta y la saca de su zona de confort para convertirla en donación perenne.
2. La belleza de las relaciones: en las relaciones familiares el otro no es un invasor, ni un intruso, ni un aparecido; la familia es un núcleo de relaciones donde se acoge a la otra persona, esposo, hijo, hermano, padres, con sus perfecciones e imperfecciones que configuran el nosotros familiar. Es una médula de relaciones donde no caben las dualidades personales, ni las máscaras, es en la familia donde los encuentros y desencuentros, coordenadas o des-coordenadas personales constituyen el paisaje de lo propiamente humano. Sin la gramática y la sinfonía del afecto de las relaciones no hay belleza humana, solo conexiones artificiales.
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