Por José Raúl Ramírez Valencia.
El
ser humano, por naturaleza, es un ser de esperanza. Se acuesta cada noche pensando
en el mañana, se enamora con el anhelo de construir un nosotros pleno, conforma
una familia con el deseo de conformar vínculos profundos, trabaja con la
intención de dejar un mundo mejor e invierte sus esfuerzos soñando con un
porvenir más justo y prometedor. Sin embargo, se encuentra con situaciones
desesperanzadoras, como la violencia, la injusticia, el maltrato social; en fin,
tantos sin sabores que amargan el sentido de la vida.
Dice
Chesterton, literato inglés que “cuando más desesperada es la situación, más
esperanzado debe ser el hombre”. Vivimos tiempos turbulentos; pareciera ser que
estamos en un laberinto sin salida. Sin embargo, en el fondo de cada uno de
nosotros se alberga la esperanza que hay un mañana mejor. Lo contrario a la
esperanza, según, el filósofo Byung-Chul Han es el miedo.
Para
este pensador, la democracia es incompatible con el miedo. Y es que el aumento
de miedo y de resentimiento provoca el embrutecimiento de la sociedad. La
democracia prospera solo en ambientes de esperanza y de diálogo, para quien
absolutiza su punto de vista y no escucha a los demás su ser ciudadano queda en
cuestión, ya que la esperanza y la democracia crean el nos-otros imprescindible
para la convivencia.
Cuando
impera el miedo se decreta la igualdad y las posibilidades de pensar diferente
se ven difuminadas, las puertas que dan nuevos aires se cierran a nuevas formas
de ver el mundo. El miedo iguala mientras que la esperanza ampara lo diferente
y lo nuevo. Por eso, la democracia solo prospera en ambientes de esperanza. La
compañera para un mundo mejor.
Lo contrario a la esperanza también es la angustia, cuya raíz latina es angustus, estrechez. Quien está angustiado se siente acorralado en el presente tormentoso, se le dificulta ver más lejos, a diferencia de la esperanza que abre los ojos al futuro venidero. El esperar exige detenerse para escuchar y discernir que dirección tomar para llegar al puerto más conveniente.
Hemos
perdido el puerto de la esperanza, hablamos de crisis, de pensamiento crítico, poco
se habla de un pensamiento esperanzador y creativo. Cuando se opta por u
pensamiento creativo no vale la máxima: “quien espera desespera”. Más bien,
quien espera abre un mundo lleno de posibilidades y hace avanzar la historia.
Por el contrario, en un ambiente de miedo, ni el pensar ni las palabras son esperanzadores.
Precisamente,
Heidegger, autor del libro ¿Qué significa pensar?, hace caer en la cuenta, “lo
que más merece pensarse en nuestro tiempo problemático es el hecho de que no
pensamos”. Habría que agregar, de acuerdo con nuestro tema, que lo más
problemático de nuestro tiempo es que no pensamos con esperanza. ¿Qué significa
pensar con esperanza?, ¿destruir el presente?, seguro que no.
Nuevamente viene a nuestro contexto Chesterton, que nos invita a reflexionar con pensamiento crítico y creativo: “Lo que está mal en el mundo es que no nos preguntamos lo que está bien”. La esperanza no destruye el presente, lo purifica y lo aquilata, tampoco comienza de cero, valora lo que está bien y se abre con sentido a un mañana mejor. Por último, la esperanza es tan profunda que es la fiel compañera de un mañana prometedor.
Artículo publicado en el periódico Vivir en el Poblado. Septiembre13-2025
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