lunes, 15 de septiembre de 2025

ERÓSTRATO: EL FUEGO DE LA FAMA.

 Por José Raúl Ramírez Valencia.

“¿Cómo perpetuar nuestro nombre, si dudamos de perpetuar nuestra alma?” Esta fue una de las inquietudes filosóficas de Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca.  A Unamuno le preocupaba la vida después de la muerte. Se preguntaba si, al morir, seguiría siendo el mismo o si la muerte lo disolvería en el olvido absoluto. Ante la falta de sosiego que le provocaban las dudas sobre el más allá, buscó perpetuarse en el más acá, a través de sus obras filosóficas y literarias. A este anhelo de trascendencia terrenal lo llamó: Erostratismo.

Sartre, por su parte, filósofo existencialista, abordó esta problemática desde otra perspectiva en su obra: Eróstrato. En ella relata la historia de un hombre solitario que desprecia a la humanidad y sostiene que “a los hombres hay que mirarlos desde arriba”, es decir, desde una posición de superioridad, ya que, “cuando uno está al mismo nivel de los otros, es mucho más difícil considerarlos como hormigas”.

Movido por un deseo de salir del anonimato y por su necesidad de sentirse superior, el protagonista decide salir con un revolver, no sin antes haber maquinado cuidadosamente como asesinar al azar a un grupo de personas. Su única motivación era la notoriedad y su desprecio hacia los demás. Este impulso fue inspirado al escuchar la historia de un pastor griego llamado Eróstrato, que, en la antigüedad, incendió el templo de Artemisa en Éfeso, una de las siete maravillas del mundo antiguo, con el objetivo de ser recordado en la posteridad.    

Ser famoso, ser reconocido, parece ser el ideal del hombre contemporáneo; pasar desapercibido, su mayor frustración. En el ser humano habita un deseo natural de reconocimiento; sin embargo, en algunos casos, ese anhelo desborda los límites, rozando el ridículo, la estupidez o incluso la violencia sin ningún sentido.

En nuestros días, como en el caso del Eróstrato de Sartre, nada parece contener al individuo: ni la ley, ni moral, ni siquiera el temor de Dios, con tal de hacerse notar. Quizás el protagonista de la obra de Sartre actuó movido por un vacío existencial que lo desconectó de la realidad. Vacío de todo vínculo afectivo, social o ético, buscó hacerse famoso no para ser amado, sino para ser recordado. La fama, en este caso, la buscó no por méritos, sino por medio de la destrucción y el escándalo. El erostratismo en la actualidad sigue vigente; se incendian templos, se destruyen monumentos, se vandaliza el patrimonio público, se profanan iglesias y se transgreden normas y valores sociales, todo con el fin de llamar la atención. Se persigue la fama a cualquier costo, incluso si eso implica pisotear la dignidad de los demás. Volviendo al Eróstrato de Sartre, un arma en las manos de alguien que busca reconocimiento se convierte en una amenaza mortal. Casos de este tipo se han registrado en varios sitios del mundo, donde individuos empuñan armas y asesinan a grupos de inocentes con el único propósito de volverse “famosos”.

Otros, en cambio, recurren al exhibicionismo infantil, viralizando actos absurdos con el objetivo de ganar visibilidad. En este sentido, es importante reflexionar que tipo de influencers son los que están formado o deformado la sociedad. Algunos de los influencers se toman licencias para subir contenido u opinar sobre todo, hasta llegar a destruir personas, tradiciones, instituciones, bienes públicos, sin ninguna justificación; amparándose únicamente en el argumento de que son influencers y necesitan captar atención y tener seguidores, con el pretexto que es lo que a la gente le gusta en las redes. Este tipo de conductas revela uno de los problemas más graves de nuestra época: el individualismo narcisista, donde el ego demanda visibilidad inmediata sin considerar las consecuencias.

El personaje de Eróstrato no aspiraba a otra cosa que a la exaltación de su ego. Su ansia de sobrevivencia lo llevó a querer imponerse sobre los demás para no desaparecer en el olvido. Lo trágico es que muchas personas hoy comparten ese mismo impulso, no por creatividad ni mérito propio, sino por su incapacidad de sobresalir por medios genuinos. Quien no logra sobresalir por sus capacidades recurre al ridículo o incluso al crimen. Es difícil discernir qué resulta más peligroso: si el narcisismo desmedido que se adora a sí mismo sin límites excluyendo a los demás, o el erostratismo que destruye lo valioso de los demás solo para llamar la atención.

El erostratismo también se manifiesta en los ámbitos: empresarial, educativo, religioso y político, donde el afán de figurar sustituye el deber ético, degradando el liderazgo en simple vanidad institucional o personal. Albert Camus, en El hombre rebelde, lo expresa así: “Todos llevamos en nosotros mismos nuestras prisiones, nuestros crímenes y nuestros estragos. Pero nuestra tarea no consiste en desencadenarlos a través del mundo, sino en combatirlos en nosotros mismos y en los demás”. En suma, el erostratismo es el eco de un alma desesperada por existir, un grito silencioso de quienes no soportan ser nadie si no son vistos. 

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