Por José Raúl Ramírez Valencia.
“¿Cómo perpetuar nuestro nombre, si dudamos de perpetuar nuestra alma?” Esta fue una de las inquietudes filosóficas de Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca. A Unamuno le preocupaba la vida después de la muerte. Se preguntaba si, al morir, seguiría siendo el mismo o si la muerte lo disolvería en el olvido absoluto. Ante la falta de sosiego que le provocaban las dudas sobre el más allá, buscó perpetuarse en el más acá, a través de sus obras filosóficas y literarias. A este anhelo de trascendencia terrenal lo llamó: Erostratismo.
Sartre,
por su parte, filósofo existencialista, abordó esta problemática desde otra
perspectiva en su obra: Eróstrato. En ella relata la historia de un
hombre solitario que desprecia a la humanidad y sostiene que “a los hombres hay
que mirarlos desde arriba”, es decir, desde una posición de superioridad, ya
que, “cuando uno está al mismo nivel de los otros, es mucho más difícil considerarlos
como hormigas”.
Movido
por un deseo de salir del anonimato y por su necesidad de sentirse superior, el
protagonista decide salir con un revolver, no sin antes haber maquinado cuidadosamente
como asesinar al azar a un grupo de personas. Su única motivación era la notoriedad
y su desprecio hacia los demás. Este impulso fue inspirado al escuchar la
historia de un pastor griego llamado Eróstrato, que, en la antigüedad, incendió
el templo de Artemisa en Éfeso, una de las siete maravillas del mundo antiguo,
con el objetivo de ser recordado en la posteridad.
Ser
famoso, ser reconocido, parece ser el ideal del hombre contemporáneo; pasar desapercibido,
su mayor frustración. En el ser humano habita un deseo natural de
reconocimiento; sin embargo, en algunos casos, ese anhelo desborda los límites,
rozando el ridículo, la estupidez o incluso la violencia sin ningún sentido.
En
nuestros días, como en el caso del Eróstrato de Sartre, nada parece contener al
individuo: ni la ley, ni moral, ni siquiera el temor de Dios, con tal de
hacerse notar. Quizás el protagonista de la obra de Sartre actuó movido por un vacío
existencial que lo desconectó de la realidad. Vacío de todo vínculo afectivo,
social o ético, buscó hacerse famoso no para ser amado, sino para ser
recordado. La fama, en este caso, la buscó no por méritos, sino por medio de la
destrucción y el escándalo. El erostratismo en la actualidad sigue vigente; se
incendian templos, se destruyen monumentos, se vandaliza el patrimonio público,
se profanan iglesias y se transgreden normas y valores sociales, todo con el
fin de llamar la atención. Se persigue la fama a cualquier costo, incluso si
eso implica pisotear la dignidad de los demás. Volviendo al Eróstrato de
Sartre, un arma en las manos de alguien que busca reconocimiento se convierte en
una amenaza mortal. Casos de este tipo se han registrado en varios sitios del
mundo, donde individuos empuñan armas y asesinan a grupos de inocentes con el
único propósito de volverse “famosos”.
Otros,
en cambio, recurren al exhibicionismo infantil, viralizando actos absurdos con
el objetivo de ganar visibilidad. En este sentido, es importante reflexionar
que tipo de influencers son los que están formado o deformado la
sociedad. Algunos de los influencers se toman licencias para subir contenido
u opinar sobre todo, hasta llegar a destruir personas, tradiciones, instituciones,
bienes públicos, sin ninguna justificación; amparándose únicamente en el argumento
de que son influencers y necesitan captar atención y tener seguidores,
con el pretexto que es lo que a la gente le gusta en las redes. Este tipo de conductas
revela uno de los problemas más graves de nuestra época: el individualismo
narcisista, donde el ego demanda visibilidad inmediata sin considerar las
consecuencias.
El
personaje de Eróstrato no aspiraba a otra cosa que a la exaltación de su ego.
Su ansia de sobrevivencia lo llevó a querer imponerse sobre los demás para no
desaparecer en el olvido. Lo trágico es que muchas personas hoy comparten ese
mismo impulso, no por creatividad ni mérito propio, sino por su incapacidad de sobresalir
por medios genuinos. Quien no logra sobresalir por sus capacidades recurre al
ridículo o incluso al crimen. Es difícil discernir qué resulta más peligroso:
si el narcisismo desmedido que se adora a sí mismo sin límites excluyendo a los
demás, o el erostratismo que destruye lo valioso de los demás solo para llamar
la atención.
El
erostratismo también se manifiesta en los ámbitos: empresarial, educativo,
religioso y político, donde el afán de figurar sustituye el deber ético, degradando
el liderazgo en simple vanidad institucional o personal. Albert Camus, en El
hombre rebelde, lo expresa así: “Todos llevamos en nosotros mismos nuestras
prisiones, nuestros crímenes y nuestros estragos. Pero nuestra tarea no
consiste en desencadenarlos a través del mundo, sino en combatirlos en nosotros
mismos y en los demás”. En suma, el erostratismo es el eco de un alma
desesperada por existir, un grito silencioso de quienes no soportan ser nadie
si no son vistos.
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