Por José Raúl
Ramírez Valencia
En una ocasión, escuché a un hombre que llevaba casi 50 años casado con su esposa llamarla, con un toque pícaro, Doña Jodelina. Lo hacía porque ella, con su carácter, no dejaba de insistir en que él se moderara, tanto en lo que decía como en lo que bebía. Pero Doña Jodelina, con el mismo tono travieso y entre risas, le respondía:
—¡Don Jodelino, tú también jodes! Me dices que no coma tanto y que no esté tan pegada al celular.