Por José Raúl Ramírez Valencia.
No somos tan buenos como creemos; en nuestro interior anidan intenciones maliciosas. Este argumento sintetiza la obra El señor de las moscas, de William Golding (1911-1993), Premio Nobel de Literatura en 1954. La novela narra cómo un grupo de 30 niños, tras el accidente de un avión en una isla desierta, aprenden a sobrevivir sin ayuda. Golding presenta a dos personajes principales, Ralph y Piggy, distintos en personalidad: Ralph, atlético, y Piggy, un niño gordito y asmático. Ambos encuentran una caracola, símbolo de encuentro y respeto por la palabra. Juntos, establecen normas mínimas para la supervivencia. La primera: quien tenga la caracola toma la palabra y se dirige al grupo. La segunda: obedecer al líder elegido. La tercera: mantener una hoguera encendida como señal de rescate. Y la última: todos deben permanecer unidos. Sin embargo, las fricciones surgen; el grupo se divide, olvidan la hoguera, pierden el respeto y, poco a poco, prefieren cazar que seguir al líder.
Ralph, el líder, insiste en la importancia de cuidar la hoguera, mientras que Jack, ansioso de poder, prioriza la caza. Durante las divisiones, Jack captura un jabalí, y ante el rumor de una “bestia” en la isla, dejan la cabeza del jabalí en un palo como ofrenda para apaciguarla. En un sueño, Simón ve a la cabeza del jabalí hablarle, y al despertar, comprende que la verdadera “bestia” está dentro de ellos mismos. Decide compartir su descubrimiento, pero al acercarse, lo confunden con la fiera y lo matan. Al final, Jack no solo caza jabalíes; persigue también a Ralph, viéndolo como una presa sobre la cual descargar su impulso de cazador.
Analicemos algunos aspectos clave de la obra:
La caracola. La caracola simboliza el respeto y el orden democrático. En la asamblea, cada niño podía hablar en su momento, sin autoritarismo. Pero cuando la caracola se rompe, las leyes se desvanecen, y surge la ley de la selva, donde impera la voz del más fuerte, no la del más sabio, las voces de los otros fue acallada y ridiculizada. Una institución que ignora el orden y el valor de la palabra cae fácilmente en la anarquía o el autoritarismo.
La hoguera encendida. Los cazadores, liderados por Jack, pintan sus rostros como símbolo de dominio y prefieren cazar a cuidar de la hoguera. Para Ralph y Piggy, la hoguera representa la esperanza del rescate. Sin fuego, no hay humo ni señal. Esta elección entre caza y hoguera refleja una tensión común en la sociedad: la búsqueda de la autosuficiencia y competencia sobre la ayuda mutua y las alianzas, necesarias en la actualidad. Optar por la caza en lugar de cuidar la hoguera también significó priorizar el presente sobre el futuro, la comodidad inmediata sobre la esperanza de rescate.
La división del grupo. Al dividirse, los niños se vuelven agresivos y desafiantes. Ya no siguen normas, sino que, movidos por el miedo, se someten al más fuerte. Las ansias de poder de Jack eclipsan el sentido común; él no lucha por la supervivencia del grupo, sino por satisfacer sus propios deseos, cegado por el ego. En Jack prevaleció el ímpetu de cazador antes que el sentido común del rescate de todos. Con Jack los niños ya no luchaban por sobrevivir en la isla, sino que se enfrentaban entre ellos, porque el poder y narcisismo de uno les impidió pensar en el rescate de todos.
El gordito Piggy. Un niño con asma, gordo y con gafas de aumento, Piggy actúa como el contrapunto sensato a las decisiones impulsivas del grupo. Aunque su apariencia podría parecer ridícula, su inteligencia y su visión del mundo son claves. Con sus gafas, veía lo que los demás no lograban: el sentido común y la lógica detrás de las decisiones. Piggy, un niño como todos pero a la vez diferente, estaba siempre presente con todos, aunque su forma de pensar y sus intuiciones se destacaban. Curiosamente, su nombre real nunca es revelado, solo su apodo, que refleja el desdén con que lo ven los demás.
En la sociedad, las organizaciones y hasta la Iglesia, a menudo se necesitan personas como Piggy: seres aparentemente frágiles o marginados, que con su claridad de pensamiento y sensatez, mantienen el bienestar común por encima de los egos y las agresiones. Irónicamente, Piggy, cuyo nombre evoca la imagen de un cerdo, es quien más cordura y sentido común aporta, pero no es escuchado. Fue gracias a sus gafas, reflejadas en el sol, que pudieron encender la hoguera, mostrando que sus limitaciones físicas se convirtieron en una fortaleza para el grupo. Como dice Golding con sutileza: “Piggy podía pensar, pero no servía para jefe; tenía un buen cerebro a pesar de aquel ridículo cuerpo.”
La cabeza del cerdo. Durante la noche, los niños sintieron miedo y escucharon ruidos extraños. Temían a lo desconocido y se imaginaron que una fiera rondaba la isla. Sin embargo, esa fiera no existía; el miedo irracional fue el que le dio vida. Somos prisioneros de nuestros miedos, creando fantasmas que se transforman en monstruos engañosos de aquello que no comprendemos o no controlamos. En toda sociedad y en muchas organizaciones, la cabeza del cerdo sigue siendo objeto del abuso de las moscas. Unos cazan al cerdo, otros lo colocan en el centro, y otros, como moscas, lo devoran. Mientras tanto, algunos observan desde lejos esta horrible ofrenda a un miedo imaginario. En resumen, somos como las moscas que rondan la cabeza del cerdo, en lugar de cuidar la hoguera como centinelas de esperanza.
POSDATA: El señor de las moscas o las moscas que devoran al supuesto señor. Muchas instituciones necesitan el fantasma de las bestias para mantener el prestigio del gran jefe cazador.
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