Por José Raúl Ramírez Valencia.
Emanuel Mounier, fundador del personalismo (1905-1950), analiza con profundidad al nuevo burgués, describiéndolo como un hombre que ha perdido el sentido del ser al reducir su mundo a cosas utilizables, despojadas de misterio. Este nuevo burgués ha perdido el amor y, en cuestiones de fe, vive como un cristiano sin inquietud o como un incrédulo sin pasión. Ha reemplazado al héroe del renacimiento y al santo medieval por el hombre del confort, quien transforma sus deseos excéntricos en reclamos de justicia.
Lo paradójico,
señala Mounier, es que entre el burgués de su época y el burgués contemporáneo
no hay una diferencia de naturaleza, sino de grado y de medios. Los valores del
nuevo burgués son los del rico, debilitados y distorsionados por la indigencia
y la envidia del pequeño burgués, quien, aunque critica al burgués, adopta sus
comportamientos sin pertenecer plenamente a su clase.
El pequeño
burgués de nuestro tiempo se caracteriza por pensar únicamente en sus propios
gustos y capacidades, desentendiéndose de los demás. Su individualismo
desenfrenado se impone sobre el sentido común, guiándolo en todas sus
decisiones. Su principal aspiración es viajar, no por el deseo de aprender o
servir, sino por la moda de tomarse una foto frente a un museo, aunque nunca
ingrese en él. Estudia no para ser más sabio, sino para alimentar su afán de
consumo y desplazamiento.
Además, su
presencia en las redes sociales lo define: según Francesc Torralba, se comporta
como alguien que observa desde un "balcón", en el sentido de quien
fisgonea la calle en busca de chismes. Utiliza estas plataformas bajo el
pretexto de “estar actualizado”, aunque esto, en muchos casos, no sea más que
mantenerse al día con chismes sociales. Este burgués prefiere interactuar con
su celular antes que atender a las personas que tiene frente a él, y considera
irrelevante relacionarse con los demás si no está mediado por un dispositivo
tecnológico.
Rechaza la
tradición, tachándola de obsoleta y monótona, no por conocimiento, sino por
ignorancia. Para él, conservar algo del pasado es un acto sin sentido.
Absolutiza su opinión, ignorando los referentes y el saber de los sabios, y
transforma sus ideas en una coraza infranqueable que lo blinda contra cualquier
confrontación o reflexión crítica.
El nuevo burgués
llama a sus padres “sus mejores amigos” porque lo comprenden, aunque no lo
orienten ni lo formen; los percibe más como compañeros que como guías. Para él,
la familia es una institución cerrada y arcaica, cuyo valor radica únicamente
en satisfacer sus deseos. No se escandaliza ante ningún tema relacionado con la
sexualidad, considerándolo una expresión de la libre personalidad. Este
supuesto “aperturismo” lo lleva a aceptar tendencias sexuales que contradicen
la naturaleza humana y el sentido común, confundiendo dignidad con el
cumplimiento de deseos subjetivos.
Más aún, otorga
mayor importancia a las mascotas que a las personas. No tiene hijos para evitar
complicaciones, aunque asegura "amar" a los hijos de otros. Considera
que tener un hijo equivale a perder su libertad, mientras que cuidar de una mascota
es un acto de heroísmo supremo. Amparado en principios ecologistas, evade su
responsabilidad maternal o paternal, priorizando lo ecológico y el bienestar
animal sobre lo humano. Olvida que él mismo es un ser humano nacido de humanos
y ve en sus hermanos no aliados, sino adversarios.
El nuevo burgués
considera que creer en Dios o pertenecer a la iglesia es algo propio del
pasado. Cuando decide creer, lo hace en un Dios que adapta a su estilo
personal. En lugar de hablar de un Dios personal, prefiere referirse a una
"energía espiritual" y se identifica con todas las modas espirituales
actuales, viéndolas como la máxima expresión de su religiosidad.
Por último, el
nuevo burgués prefiere beber Coca-Cola y comer hamburguesas en lugar de
disfrutar de comidas caseras o jugos naturales, a pesar de saber que estas
opciones son más saludables. Busca divertirse después de las once de la noche,
sin importar si perturba la paz de sus seres queridos. Prefiere un TikTok a una
conferencia profunda, y su interés por el pasado es nulo; se centra
exclusivamente en el presente, ansioso por mantenerse eternamente joven. Las
cirugías estéticas se convierten en una solución recurrente para sentirse y
verse bien.
En definitiva,
estamos rodeados de una creciente cantidad de pequeños burgueses, y, a su vez,
nosotros mismos nos parecemos cada vez más a esos "chiquitos
burgueses". Como bien dice Walter Benjamin: "la clase media es
espiritual y materialmente proletariada".
POSDATA: El
nuevo burgués tiene un espíritu inflado de vacío, un egoísmo supremo que no se
preocupa por los demás. El problema es que, sin darnos cuenta, llevamos en
nosotros mucho de ese pequeño burgués. El pequeño burgués opaca lo
auténticamente humano.
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