Por José Raúl Ramírez Valencia
Chesterton fue un literato inglés (1874-1936), un hombre que en plena época de tantos cambios a nivel cultural, social y artístico, abogó por el hombre común y corriente, aunque la sociedad apostaba por estilos estrambóticos, realidad no muy lejana a nuestra cultura que exalta lo excéntrico y lo extravagante, pero chifla y ridiculiza sin ninguna sindéresis al hombre que habla de heterosexualidad, iglesia, Dios, matrimonio y familia tradicional; en fin, a quien defiende o apuesta por estos temas, lo consideran un cavernícola indeseable para este mundo.
Cuenta Chesterton (2009) con ironía o, mejor dicho, con paradojas, como solía hacerlo, que en una calle se produjo una discusión en torno a un poste de la luz que la gente quería derribar. Antes de tumbarlo acuden a un monje medieval a preguntarle sobre la pertinencia o no de derribarlo. El monje, con convicción escolástica, invita primero a considerar el valor de la luz, si la luz en sí misma es buena. Cuando empieza hacer la reflexión, lo insultan con improperios, al mismo tiempo que lo callan a golpes, al considerar poco útil su análisis. Seguidamente la gente, sin ninguna reflexión, se lanzan contra el poste hasta derribarlo y para colmo de males, terminan felicitándose mutuamente. Al pasar el tiempo comienzan los reclamos y se complican las cosas. Al ver que no tenían luz, algunos aducen haber derribado el poste porque querían y no querían luz eléctrica; otros querían hierro viejo; otros simplemente necesitaban la oscuridad para poder realizar sus fechorías; otros, apoyados en sus motivaciones sociales solo buscaban destruir el patrimonio municipal o simplemente destruir algo. Lo más triste de todo es que en la noche se produce una pelea a causa de la destrucción del poste y ninguno sabía por qué se golpeaban. Al tiempo llegan a la conclusión de que el monje tenía razón. Solo que, lo que podrían haber discutido a la luz, ahora deben discutirlo en medio de la oscuridad.
A estos inquietos personajes poco les
interesó lo esencial: la luz. Cada uno tenía sus sin razones para destruirlo. A
kilómetros estaba el interés por reflexionar acerca de la luz; en fin, el
malestar de nuestro tiempo consiste en que nos movemos más por las sinrazones
que por razones, y lo más triste es que al llegar a la noche de nuestra vida
caemos en la cuenta de que la mayoría de nuestros esfuerzos estuvieron
centrados en las sinrazones, todo por no preguntarnos por lo esencial de la
vida. Solo unas preguntas, querido lector ¿Sabes por qué discutes? ¿sabes si
trabajas por lo esencial de la vida? Al plantear estos interrogantes es posible
que surja la cuestión de fondo: ¿será que prevalece la razón o el sin sentido
de lo que quiero porque lo quiero y no de lo que quiero porque lo veo
razonable? En muchas discusiones prevalece lo emocional sobre lo verdadero, lo
práctico sobre lo esencial, lo inmediato sobre lo profundo, lo estrafalario
sobre el sentido común. Así mismo, no solo es superficial discutir o discutir
superficialmente con quienes solo defienden la parcela de sus opiniones y sus
caprichos sin preguntarse por el bien común, sino que también quienes discuten
o planean nuevos proyectos sin tener presente el bien y la verdad y terminan
haciendo doblemente superficial la discusión y la planeación
La otra enseñanza que presenta el texto de
Chesterton es la necesidad de acudir en primera instancia al monje medieval, no
al coach, ni al estadista, tampoco al mercadista que en pocas ocasiones conocen
más datos sobre el producto que el mismo producto como tal, vale la aclaración,
a no ser que estos sujetos hayan escuchado y asimilado la sabiduría del monje
medieval. Por ejemplo, puede suceder que en no pocas parroquias al momento de
planear la Semana Santa se preguntan más por qué hacer -procesiones, arreglos- y no qué es la
Semana Santa, y al final terminan en quiebra y cansados, no porque celebraron
el triduo pascual, sino porque hicieron un buen número de procesiones y
arreglos sin los cuales paradójicamente la misma Semana Santa hubiera sido más
Santa. Mas aún, como señala también el mismo Chesterton, nuestros
educacionistas modernos intentan establecer una libertad religiosa sin
preocuparse por definir qué es la religión o qué es la libertad. Es decir,
currículos de educación omiten la religión, solo por el prurito de la
modernidad sin considerar a fondo el valor de la religión. Chesterton no se
queda ahí, arremete también con su prosa afilada contra la absolutización de
los procesos, quizás en algunas empresas, al enfatizar que estamos más
preocupados por los procesos de eficiencia y eficacia, cuando los organismos
vigorosos no se preocupan de sus procesos, sino de sus metas, “hay que pensar
en el fin, como hombres, no en el proceso, como paralíticos”, afirmaba este
escritor de las paradojas.
POSDATA: Una pregunta superficial:
¿importa lo medieval?
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