Por José Raúl Ramírez Valencia
Platón introduce el libro República con el diálogo entre Céfalo y Sócrates. La conversación se entabla luego de que el hijo de Céfalo, Polemarco, invita a Sócrates a su casa. Durante el encuentro conversan de muchos temas, sobre todo acerca de las quejumbres de la vejez. Según Céfalo, el carácter de la persona, y no la vejez, es la causa de los males de la ancianidad. Para sustentar dicha postura, sin ninguna prevención, le cuenta a Sócrates que cuando se reúne con sus coetáneos, hablan de muchas cosas, entre ellas de las travesuras sexuales y festines sociales durante su juventud. Algunos se sienten irritados e impacientes al no poder participar de aquellos jolgorios juveniles, como si se estuvieran privando de grandes bienes. No faltan quienes, con indignación, se lamentan del trato irrespetuoso que reciben por parte de sus familias a causa de la indolente edad.
De esto último reflexionó Céfalo: “No es la vejez la
causa de los males tratos, sino el carácter de los hombres” Tanto en la vejez como en la juventud, la insensatez resulta un camino arduo de
decadencia, ruina y perdición”.
Para otros, la vejez se ha convertido en un bien, en
un estado de paz y libertad. Cuenta el anciano Céfalo que una vez, por cosas de
la vida, se encontraba con el poeta y trágico Sófocles (autor de obras como:
Antígona y Edipo rey), cuando alguien con picaresca curiosidad le preguntó: “¿Cómo
eres, Sófocles con respecto a los placeres sexuales? ¿eres capaz de acostarte
con una mujer? Él respondió: “Cuida tu lenguaje, hombre, me he liberado de ello
tan agradablemente como si me hubiera liberado de un amo loco y salvaje {…} en
la vejez nos desembarazamos de multitudes amos enloquecidos.” Y con respecto al
trato de los familiares, añadió Céfalo: “no es la vejez la causa de los malos
tratos, sino el carácter de los hombres.” Es decir, tanto en la vejez como en la
juventud, la insensatez resulta un camino de decadencia, ruina y arduo y perdición.
Sócrates, con perspicacia y queriendo indagar más sobre
la sabiduría del mesurado anciano, le insinúa que quizás a él le es más fácil sobrellevar
la vejez, no por el carácter, sino en razón de su fortuna, pues un rico en la
vejez tiene más posibilidades de consolación que un pobre. Céfalo, con paciente
claridad, le responde: “Ni el hombre sensato soportaría con mucha facilidad una
vejez en la pobreza, ni el insensato se volvería a esa edad tolerante por ser
rico.”
El problema no está en la riqueza ni en la pobreza,
sino en el carácter. Entonces, ¿cuál es el mayor beneficio de poseer una gran
fortuna? pregunta de nuevo Sócrates. Céfalo, sopesa la pregunta y aduce:
Cuando se avecinan los pensamientos de la muerte, a las
personas les entran miedos y preocupaciones por cosas que antes no tenían en
mente. Las personas al morirse van al Hades, allí el que ha sido injusto expía sus
culpas. Y una persona, ya sea por la debilidad provocada por la vejez o por
hallarse más cerca del Hades, -dios del inframundo, monstruoso y sin piedad-, capta
mejor la verdad de la vida. En esos momentos, los temores y la desconfianza invitan
a reflexionar si se ha cometido alguna injusticia contra alguien. El que
descubre que ha sido injusto se despierta atemorizado y vive en constante desdicha,
a diferencia del justo que es acompañado por la nodriza llamada esperanza.
Aunque el diálogo continúa y la reflexión en torno a
la justicia no se limita a este escenario, las enseñanzas son claras y oportunas.
Entre ellas se destaca la importancia de dialogar con personas de edad -inteligentes
interlocutores-, que captan mejor la esencia de vida. No son solo los jóvenes
el presente, también lo son los adultos. Muchos jóvenes solo exigen que sus
deseos se conviertan en derechos, reclaman justicia y participación para con
ellos y poca justicia para con los otros. La esperanza del joven está cifrada en
lo que pueda conseguir y hacer, mientras que la fuente de la esperanza del
anciano está en la actitud asumida frente a los otros.
El joven, como lo dice Sófocles, “padece la tiranía de
unos amos locos y salvajes”; el anciano experimenta la intranquilidad tiránica o
la tranquilidad esperanzadora de la justicia; al justo, lo amamanta la
esperanza, mientras que el injusto no encuentra dónde succionar. La pregunta por la justicia es inseparable de
la actitud asumida frente a los otros. Quien se pregunta y actúa en consecuencia
con los otros, encuentra su ama nodriza; quien se comporta injusta e
irreverentemente con los otros, padece un estado de sed y de hambruna ocasionado
por el desprecio de la justicia. En este sentido, la ancianidad se convierte en
un fiel reflejo del carácter de lo que se hizo con los demás en la época de la juventud.
Excelente artículo, felicitaciones.
ResponderEliminarMuy buen artículo
ResponderEliminarMagnifico artículo, que bueno sería los jóvenes lo leyeran con la reflexión que lo exige.
ResponderEliminarP. Raúl. Me siento honrado por haberme compartido este artículo lleno de sabiduría eterna. Felicitaciones por él.
ResponderEliminarExcelente profe
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