Por José Raúl Ramírez Valencia
Identifiquen al personaje, está por doquier y quien lo es,
dada su estulticia, le impide identificarse con tan singular personaje. Cuenta
don Miguel de Unamuno que existió, “seguro existen muchos por doquier” un
hombre llamado Juan Manso, cuya lógica-ilógica consistía en no comprometerse y
arrimarse al sol que más calienta; era bastante devoto, no le llevaba la
contraria a nadie y como pensaba mal de todo el mundo, de todos hablaba bien.
La muerte fue el único acto comprometedor en su vida, ni
siquiera su mansedumbre logró esquivarla. Al ingresar al paraíso eran tantas las
personas que debían registrarse que cuando Juan quería entrar cedía el turno o se
lo quitaban con gran facilidad; como era esclavo de su buena fama, no
contrariaba ni se interponía a nadie, más bien optó por dirigirse al purgatorio
buscando ingresar con mayor facilidad para que, una vez adentro fuera expedido directamente
al cielo. Juan intentó entrar hasta que un ángel le dijo: “Eres gris hasta los
tuétanos, temo meterte en nuestra lejía, no seas que te derritas, mejor vete al
limbo”. Por primera vez Juan Manso se enojó así que tomó el camino al infierno;
allí no había cola, solo un pobrecillo diablo que gritaba: “pasen señores,
ustedes verán la comedia humana, aquí entra el que quiere”. Juan Manso intentó entrar,
pero el diablo lo detuvo, misteriosamente Ante el acto, Juanito adujo: “¿No
dices que entra el que quiere?” Con ironía picaresca le respondió el pobre
diablo: “Sí, pero aún nos queda una chispita de conciencia, y la verdad tú...”
Esa tarde, Juan Manso, atraído por el buen Dios salió en
su búsqueda y al encontrarlo le reclamó: Señor, Señor ¿no prometiste a los
mansos vuestro reino? Sí, -le respondió-, pero a los que embisten, no a los
embolados.
Esclavo de la buena fama es una expresión que caracteriza
la personalidad de muchos individuos que no se dan por enterados de que han
perdido la conciencia y con esta a sus amigos, al buscar la aprobación de todos,
e incluso de las instituciones; no han quedado bien ni siquiera consigo mismos.
Confundir la bondad con la falsa diplomacia, entendida como aquel personaje que
no se compromete con nada y con nadie, es uno de los equívocos más comunes de
aquellos que se etiquetan como buenas personas. Aquel que no es leal con nadie
tampoco es leal consigo mismo, sus intereses no son los otros sino su yo subido en el pedestal del orgullo y
además cubierto o encubierto por el lino de la bondad, que de lino poco y de
bondad solo el nombre.
No hay comités más sosos, inoperantes y faltos de caridad
y claridad, ya sean empresariales, institucionales o pastorales, que aquellos
donde participan los esclavos de la buena fama, es decir, aquellos grises hasta
los tuétanos, amorfos, cuya “participación” diluye, atasca y paraliza el
dinamismo de las instituciones. Su apuesta por la neutralidad termina siendo un
disfraz de la subjetividad, pues al no comprometerse renuncian a exponer la
objetividad en aras de su hiper-yo. Paradójico,
a mayor neutralidad mayor encubrimiento del soberbio yo.
No deja de llamar la atención la expresión del pobre
diablo a Juan Manso: “Si, pero aún nos queda una chispita de conciencia y la
verdad tú...” La conciencia implica discernir, diferenciar, valorar los
atributos del otro. Quien se refugia en la buena fama apaga la conciencia, su
interés no es la perfección, ni el bien de los otros, sino la aprobación de los
demás que termina en un narcótico que piano,
piano, neutraliza y diluye la conciencia.
Por otro lado en la expresión: “¿No prometiste a los
mansos vuestro reino? Sí, -le respondió-, pero a los que embisten, no a los
embolados”. Embolado es una expresión de la tauromaquia que consiste en poner
bolsas de corcho a los cuernos del toro para que no puedan herir con ellos, en
otros casos se refiere a bolsas de fuego que lleva el toro en sus astas; la
expresión también hace alusión al engaño y la mentira. De acuerdo con el
relato, el embolado es la persona de buena fama que aparentemente no hace daño
a nadie, alguien que debió tomar posición, pero prefirió usar las bolas de corcho
o de fuego para engañar o esquivar la realidad o a los demás cuando el engañado
era él mismo. El toro embiste cuando se siente encerrado o es atacado. El
esclavo de la buena fama no percibe su encierro y cuando tiene que
comprometerse o embestir prefiere usar las bolsas de corcho o las de fuego, mas
no enfrentar la situación con sus cuernos. Juan Manso, el que no se compromete, juega
siempre donde más le convenga. Su principal problema ético es la omisión
disfrazada de bondad.
POSDATA: por favor, ayudemos a las instituciones y a los
consejos a identificar a los esclavos de la buena fama.
Artículo publicado en el periódico Vida Diocesana. Septiembre- 2019
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