martes, 24 de septiembre de 2019

ESCLAVO DE LA BUENA FAMA


Por José Raúl Ramírez Valencia 
Identifiquen al personaje, está por doquier y quien lo es, dada su estulticia, le impide identificarse con tan singular personaje. Cuenta don Miguel de Unamuno que existió, “seguro existen muchos por doquier” un hombre llamado Juan Manso, cuya lógica-ilógica consistía en no comprometerse y arrimarse al sol que más calienta; era bastante devoto, no le llevaba la contraria a nadie y como pensaba mal de todo el mundo, de todos hablaba bien.

La muerte fue el único acto comprometedor en su vida, ni siquiera su mansedumbre logró esquivarla. Al ingresar al paraíso eran tantas las personas que debían registrarse que cuando Juan quería entrar cedía el turno o se lo quitaban con gran facilidad; como era esclavo de su buena fama, no contrariaba ni se interponía a nadie, más bien optó por dirigirse al purgatorio buscando ingresar con mayor facilidad para que, una vez adentro fuera expedido directamente al cielo. Juan intentó entrar hasta que un ángel le dijo: “Eres gris hasta los tuétanos, temo meterte en nuestra lejía, no seas que te derritas, mejor vete al limbo”. Por primera vez Juan Manso se enojó así que tomó el camino al infierno; allí no había cola, solo un pobrecillo diablo que gritaba: “pasen señores, ustedes verán la comedia humana, aquí entra el que quiere”. Juan Manso intentó entrar, pero el diablo lo detuvo, misteriosamente Ante el acto, Juanito adujo: “¿No dices que entra el que quiere?” Con ironía picaresca le respondió el pobre diablo: “Sí, pero aún nos queda una chispita de conciencia, y la verdad tú...”
Esa tarde, Juan Manso, atraído por el buen Dios salió en su búsqueda y al encontrarlo le reclamó: Señor, Señor ¿no prometiste a los mansos vuestro reino? Sí, -le respondió-, pero a los que embisten, no a los embolados.  
Esclavo de la buena fama es una expresión que caracteriza la personalidad de muchos individuos que no se dan por enterados de que han perdido la conciencia y con esta a sus amigos, al buscar la aprobación de todos, e incluso de las instituciones; no han quedado bien ni siquiera consigo mismos. Confundir la bondad con la falsa diplomacia, entendida como aquel personaje que no se compromete con nada y con nadie, es uno de los equívocos más comunes de aquellos que se etiquetan como buenas personas. Aquel que no es leal con nadie tampoco es leal consigo mismo, sus intereses no son los otros sino su yo subido en el pedestal del orgullo y además cubierto o encubierto por el lino de la bondad, que de lino poco y de bondad solo el nombre.
No hay comités más sosos, inoperantes y faltos de caridad y claridad, ya sean empresariales, institucionales o pastorales, que aquellos donde participan los esclavos de la buena fama, es decir, aquellos grises hasta los tuétanos, amorfos, cuya “participación” diluye, atasca y paraliza el dinamismo de las instituciones. Su apuesta por la neutralidad termina siendo un disfraz de la subjetividad, pues al no comprometerse renuncian a exponer la objetividad en aras de su hiper-yo. Paradójico, a mayor neutralidad mayor encubrimiento del soberbio yo.
No deja de llamar la atención la expresión del pobre diablo a Juan Manso: “Si, pero aún nos queda una chispita de conciencia y la verdad tú...” La conciencia implica discernir, diferenciar, valorar los atributos del otro. Quien se refugia en la buena fama apaga la conciencia, su interés no es la perfección, ni el bien de los otros, sino la aprobación de los demás que termina en un narcótico que piano, piano, neutraliza y diluye la conciencia.  
Por otro lado en la expresión: “¿No prometiste a los mansos vuestro reino? Sí, -le respondió-, pero a los que embisten, no a los embolados”. Embolado es una expresión de la tauromaquia que consiste en poner bolsas de corcho a los cuernos del toro para que no puedan herir con ellos, en otros casos se refiere a bolsas de fuego que lleva el toro en sus astas; la expresión también hace alusión al engaño y la mentira. De acuerdo con el relato, el embolado es la persona de buena fama que aparentemente no hace daño a nadie, alguien que debió tomar posición, pero prefirió usar las bolas de corcho o de fuego para engañar o esquivar la realidad o a los demás cuando el engañado era él mismo. El toro embiste cuando se siente encerrado o es atacado. El esclavo de la buena fama no percibe su encierro y cuando tiene que comprometerse o embestir prefiere usar las bolsas de corcho o las de fuego, mas no enfrentar la situación con sus cuernos.  Juan Manso, el que no se compromete, juega siempre donde más le convenga. Su principal problema ético es la omisión disfrazada de bondad.      
POSDATA: por favor, ayudemos a las instituciones y a los consejos a identificar a los esclavos de la buena fama.
Artículo publicado en el periódico Vida Diocesana. Septiembre- 2019   

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