jueves, 4 de julio de 2019

SOLO UN TRAJE


Por José Raúl Ramírez Valencia
Era mayo 24, la tarde comenzaba a caer en la ciudad de Santiago. Poco a poco, la oscuridad comenzaba a imponerse sobre la ciudad. Tanto el ocaso del día como el de la vida se abrazaban entonando una única melodía: la del tiempo hecho vida y la vida hecha tiempo. En una casa, como muchas en la ciudad, vivían 60 ancianos, cada uno a merced de las vicisitudes del destino. Mientras los vaivenes del tiempo transcurrían para todo el mundo, para estos singulares ancianos, el tiempo era un monólogo impregnado de instantes sin futuro y sin pasado alguno. El peso y el beso abrumador de sus años al igual que el paso de la enfermedad física y mental, hacían que no existiera la mínima conciencia del paso sucesivo de los días

Tampoco percibían el frío y la neblina familiar que los rondaban los 365 días del año. Para ellos, el lunes era martes y el martes era sábado, domingo o todos eran uno en todos. No se preguntaban por un día nuevo, todos eran iguales, solo distinguían la luz de la oscuridad y la oscuridad de la vida. Ese 24 de mayo en el hogar Santa Rosa, no era un día normal. Algo había a pesar del alzhéimer, el autismo o la inmovilidad que solo los hacía percibir el aquí y el ahora.  
Era viernes, no para ellos. Parecía que su señoría, la memoria, había bajado de los olimpos a tomar el espíritu extraño y perdido de esos seres que deambulaban en búsqueda del tiempo que nunca tuvieron. La razón, el hogar estaba de aniversario y las religiosas que los cuidaban, con una creatividad inusitada, decidieron abrigar la desnudez afectiva de estos ancianos. Esas monjitas querendongas y queridas con su impecable habito negro, no su corazón, queriendo vestir al mismo creador de la vida y buscando resaltar lo singular y atractivo de cada uno de ellos, decidieron vestiros con hermosos trajes, arroparlos con la tesitura del amor nacido del fresco sentido de la dignidad humana.
Todos estaban con trajes señoriales, la alegría era tal que parecía como si el espíritu indómito los hubiera tomado por su cuenta. Algunos con picaresco sentido de la realidad jugaban con sus corbatas recordando aquel chiquillo que fueron o quisieron ser; otros se sentían como en aquellas salas donde se toman las decisiones a espaldas de ellos, no faltó quien con sutiliza afirmara: aquí estuvimos nosotros, pero no nos-otros, estuvimos a merced de los que opinaban sobre nos-otros en contra o a favor de nos-otros creyendo conocernos, incluso decretando el estado de felicidad pertinente, cuando en el fondo solo era una expresión de la posición privilegiada del poder que ostentaban. No faltaron quienes haciendo uso de la galantería querían tomar a las bellas doncellas que los ayudaban y pasearse con ellas como en sus días mozos, pero el destino esquivo y taciturno del amor les negó dejándolos a la intemperie de la soledad. Otros se miraban con sentimientos de extrañeza, preguntándose con asombro sin saber siquiera lo qué significaba preguntar, los demás de los demás eran quienes habían preguntado, respondido y decidido por ellos. Era tal la sensación de verse distintos que por intervalos de tiempo parecían decirse para sí: ¿yo sí seré yo? ¿sí me parezco a mí o seré ese personaje que fui o quise ser? ¿Estaré resucitando al personaje que fui y que cargo conmigo? ¿Cómo seguir siendo el que soy y no soy ahora? 
Había algo que los inquietaba y los hacia actuar de forma inusual. Unos como cuan niño en busca de sí mismos se miraban en los vidrios que cubrían el interior del salón como queriendo indicar que eran ellos, pero nunca fueron ellos, porque las circunstancias de la vida le susurraron al oído como el otoño al invierno: prepárense para la intempestiva lluvia existencial. Los más inocentes entre los inocentes, no percibían que estaban sentados a la merced de la misma misericordia que imploraba misericordia para ella misma. Muchos de ellos pasaban semanas y meses sin tatarear frase alguna con sentido, ese día se sentían tan extraños y dueños de sí que súbitamente querían tertuliar, pues un rescoldo intuitivo hacía encender el ardor de palabra en ellos hasta convertirla en prosa desinteresada, en poesía. El salón ya era un espacio para la tertulia, no para la demencia; el traje inspiraba los más altos intríngulis de la modernidad, los unos motivaban a pensar a los otros: ¿será que si me visto existo o existo porque me visto?, o ¿pienso porque me visto o me visto porque pienso?   
POSDATA: “Hay diez mil maneras de pertenecer a la vida” “A partir de ahora nosotros somos los pacientes y ellos nuestros clientes” Película Nise, El corazón de la locura. Hay diez mil maneras de hacer pastoral.    
Publicado periódico vida diocesana mayo-junio 2019

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