viernes, 10 de mayo de 2019

SOLO UN RETRATO


Por  José Raúl Ramírez Valencia.  
The Crown ha sido una de las series más vistas de Netflix alrededor del mundo. Relata la historia de la reina de Inglaterra. En el capítulo 9, el parlamento inglés, por motivo del cumpleaños número 80 del primer ministro Winston Churchill (1874-1965), acordó regalarle un retrato pintado por el modernista Graham Sutherlard. Churchill accedió a ser retratado e insinuó al artista que en la pintura debía quedar de pie; de manera que se resaltara su figura como primer ministro de Inglaterra, su postura enérgica y su liderazgo en la lucha contra Adolfo Hitler. Además, sugirió que se le debían presentar de manera permanente los avances de la pintura.

Graham Sutherlard no accedió a ninguna de las peticiones de Churchill. Presentó el retrato el día del homenaje. Ese día, Churchill vio su imagen retratada mientras los invitados se reían sin disimulo alguno. Entonces se dirigió al pintor y le dijo irónicamente: “el retrato se parece a un bulldog”. En la obra el primer ministro aparecía cansado, decrépito y viejo. Tanto que le costaba reconocer que era él. No veía reflejada en la pintura su imagen de premio Nobel de literatura en 1953, sus dotes de orador, estratega, historiador y, principalmente, su estatus de primer ministro. La pintura lo conmovió. La escena, durante el homenaje, donde la gente se reía, le generó angustia y confusión. A partir de ese momento, decidió abandonar su cargo.
El episodio es sugestivo y ayuda a reflexionar acerca del poder como realidad. En el arte se muestra lo que no vemos o no queremos ver. El poder y la fama tienden a trastornar la idea de cada uno tiene de sí y a suprimir la autocrítica. El retrato fue suficiente para que Churchill recobrara la visión de sí mismo y de su propia condición. Hay momentos donde las personas que detentan un cargo público, político, académico, eclesiástico, empresarial, pastoral, etc., deben plantearse la pregunta: ¿estoy sumando o restando? No es fácil ser honesto consigo mismo y atreverse a dar un paso al costado. El poder tiende a generar adicción. Muchos prefieren permanecer aferrados al personaje, o pseudo-personaje, que representan en el cargo y les da privilegios a nivel social. Muy pocos logran comprender que la verdadera identidad radica en el ser y no en lo que se representa en una institución u organización.
El poder puede convertirse en una coraza impenetrable que oculta las limitaciones y fragilidades de una persona. Como al primer ministro, el poder podría cegarla e impedirle que notara su estado decrépito. Así como gobernar es asunto de sabios, también lo es saber renunciar. Apartarse y dedicarse a cuidar de sí también es una opción válida y necesaria. Es una realidad que la mirada de sí mismo no coincide en la mayoría de los casos, con la manera como otros nos perciben. En ambos casos, la percepción de sí puede llegar a ser desmedida, sobreestimada o desestimada. A veces se prefiere más al personaje que se representa que optar por quien realmente se es.
Graham Sutherlard prefirió pintar a Churchill como persona y no al poderoso que representaba. Pintó la persona, no al personaje. Las palabras de Churchill al pintor, antes de realizar su obra, fueron sugestivas y merecen nuestro paréntesis fenomenológico: “no me estás retratando. Retratas el cargo que represento. ¿Va a alagarme o va a mostrar mi realidad? No se esmere por ser muy fiel a la realidad”. Una pregunta, entre muchas, podría saltar a la vista: ¿Cuál es el punto de encuentro entre el personaje y la persona? He ahí la tarea de la fenomenología, ir a la esencia misma.
Hay que ver la totalidad de la obra. Los fragmentos son engañosos y manipulables. Describir al anciano Churchill sin tener en cuenta su trayectoria y protagonismo en la Segunda Guerra Mundial sería fragmentar su personalidad. Es importante buscar el punto de encuentro entre la persona y el personaje. Churchill ya tenía 80 años y se estaba recuperando de un derrame cerebral. Con seguridad, no era así como quería ser recordado. Sin embargo, una decisión inadecuada frente a un aplazado retiro pueden distorsionar la imagen total y la trayectoria de una persona. Pedir ser pintado de pie, para verse más enérgico, manifiesta apego al personaje y miedo a reconocer la realidad íntima y personal. No siempre es posible maquillar y ocultar la propia condición. Cabe preguntar: ¿cómo queremos ser recordados? ¿será que necesitamos un pintor para desenmascararnos? ¿Bastaría un retrato? Que nos pinten de pie o como estamos. He ahí el dilema.

Publicado en el el periódico Vida diocesana mayo 2019  

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