jueves, 7 de marzo de 2019

UNA TERCERA VÍA


Por José Raúl Ramírez Valencia
Niebla es una novela de Miguel de Unamuno que cuenta la historia de Augusto, un joven con ciertas cualidades que en la búsqueda del amor se «enamora» de Eugenia, una pianista que a su vez estaba enamorada de Mauricio, un joven astuto. Por las peripecias de la vida, Augusto conquista a Eugenia, pero no a su corazón, por lo cual, precisamente en la víspera de la boda matrimonial, Eugenia le deja una carta haciéndole saber que había huido con Mauricio.
Tras este suceso y en su búsqueda desesperada, Augusto mantiene conversaciones con su amigo Víctor, y entre palabra y palabra comentan la posibilidad de matar a la pareja o el suicidio de Augusto. Matarlos sería un desatino; suicidarse, una solución, pero no la mejor. Según Augusto, en este mundo no queda más que devorar o ser devorado, burlarse de otros o ser burlado, a lo cual responde su contertulio: — hay una tercera vía: reírse de sí mismo[1].    
¿Lucha de contrarios será la vida? Existe la posibilidad de una tercera vía, solo los reflexivos llegan a ella. A menudo, el camino más fácil y obvio para un sector de la sociedad es la venganza, resultado de la convicción de que ante el engaño y la traición acabar con los otros suprime la traición, en apariencia. Quien aniquila se aniquila y quien odia se odia  — no existe ningún «tú» que no esté antecedido por la percepción de un yo —, de igual manera, quien ama se ama y quien perdona se perdona.
La segunda vía que propone Augusto es el suicido, solución irresoluta. Si la primera propiciaba la venganza de los otros, la segunda busca la venganza consigo mismo. El suicidio busca abolir los problemas o los sufrimientos de la vida, no la vida, es una solución que en cierta manera culpa a los demás: me suicido porque ustedes no me… o me vengo de mí porque nada tiene sentido en esta existencia rota por los vejámenes del diario vivir. En definitiva, es una negativa que absolutiza el instante como consecuencia del pasado, impidiendo buscar una tercera vía. 
Reírse de sí mismo como tercera vía suena ilógico y utópico. No es burlarme de los otros, tampoco de la situación caótica. La costumbre es reírnos de las trivialidades de la vida, no de nuestra existencia y nuestros fracasos; a primera vista parece una actitud superficial y pendenciera.
¿Por qué reírnos de nosotros mismos? La razón es clara, algunas de las situaciones adversas en la vida no dependen de nosotros, existen circunstancias inmodificables por nosotros. Quien se ríe con madurez del hado circunstancial, lo vence, no lo enfrenta con la intransigencia y dureza de un yo adolorido y subjetivizado, sino con la comprensión y la sabiduría de un yo reposado que comprende que tanto las circunstancias y situaciones personales no siempre serán modificadas, pero sí aparecerá un yo distinto, autónomo y objetivo frente a ellas. Quien se ríe de una situación personal o circunstancial no es su rehén, sino su amo.
¿Qué implica reírse de sí mismo? En primer lugar, tomar distancia de la circunstancia. Aunque Ortega y Gasset (1914, p. 757) afirma: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo»[2], hay situaciones donde el yo tiene que retirarse para objetivizar la realidad y salvarse de las circunstancias. En segundo lugar, quien se ríe de sí toma posesión de lo sucedido, comprende los pro y contras de lo acontecido, los pasa por el yo personal.  En tercera instancia, la risa auténtica se presenta como encuentro consigo mismo y camino de reconciliación cuando pasa por el yo.
La risa toca y transforma las fibras más profundas de la conciencia; a su vez quien se ríe de sí mismo camina presuroso al pozo profundo de su intimidad y como hábil malabarista sale vencedor de la adversa situación. Reírse de sí mismo no es frivolidad, ni comicidad, tampoco bufonería ante la vida, es un enfrentamiento reposado que domina lo sucedido. Si el señor dolor es tan genial pedagogo que ayuda a la toma de conciencia de las limitaciones, no menos la auténtica risa, que como comprensiva señora convoca y reconcilia los extremos irreconciliables. La risa también es una doncella hermeneuta que no siempre percibe las circunstancias negras y blancas, más bien, las dinamiza con la entelequia del juego que mantiene el ideal intacto de ganarle al opositor. Enfrentar la vida con la lógica de la risa es de personas comprensivas consigo mismas y con los otros, a diferencia de quien la enfrenta desde la intransigencia o la resignación.
POSDATA: ¿qué será más sabio: reírnos de los otros o reírnos de nosotros mismos? ¡Ojo! las carcajadas, más que aturdir a los otros, aturden nuestra interioridad.

Artículo publicado en el periódico Vida diocesana.  Febrero 2019 



[1][1] Cfr. Unamuno, M. (2016) Niebla, p. 157. Ediciones Brontes, Barcelona.
[2] Cfr. Ortega y Gasset (1914) Meditaciones del Quijote. Tauros, obras completas. Tomo I, 2010.

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