Por José Raúl Ramírez Valencia
Niebla es una novela de Miguel de Unamuno que cuenta la
historia de Augusto, un joven con ciertas cualidades que en la búsqueda del
amor se «enamora» de Eugenia, una pianista que a su vez estaba enamorada de
Mauricio, un joven astuto. Por las peripecias de la vida, Augusto conquista a
Eugenia, pero no a su corazón, por lo cual, precisamente en la víspera de la
boda matrimonial, Eugenia le deja una carta haciéndole saber que había huido
con Mauricio.
Tras este suceso y en su búsqueda desesperada, Augusto mantiene conversaciones
con su amigo Víctor, y entre palabra y palabra comentan la posibilidad de matar
a la pareja o el suicidio de Augusto. Matarlos sería un desatino; suicidarse, una
solución, pero no la mejor. Según Augusto, en este mundo no queda más que
devorar o ser devorado, burlarse de otros o ser burlado, a lo cual responde su
contertulio: — hay una tercera vía: reírse de sí mismo[1].
¿Lucha de contrarios será la vida? Existe la posibilidad
de una tercera vía, solo los reflexivos llegan a ella. A menudo, el camino más
fácil y obvio para un sector de la sociedad es la venganza, resultado de la
convicción de que ante el engaño y la traición acabar con los otros suprime la
traición, en apariencia. Quien aniquila se aniquila y quien odia se odia — no existe ningún «tú» que no esté antecedido
por la percepción de un yo —, de igual manera, quien ama se ama y quien perdona
se perdona.
La segunda vía que propone Augusto es el suicido,
solución irresoluta. Si la primera propiciaba la venganza de los otros, la segunda
busca la venganza consigo mismo. El suicidio busca abolir los problemas o los
sufrimientos de la vida, no la vida, es una solución que en cierta manera culpa
a los demás: me suicido porque ustedes no
me… o me vengo de mí porque nada tiene
sentido en esta existencia rota por los vejámenes del diario vivir. En
definitiva, es una negativa que absolutiza el instante como consecuencia del
pasado, impidiendo buscar una tercera vía.
Reírse de sí mismo como tercera vía suena ilógico y
utópico. No es burlarme de los otros, tampoco de la situación caótica. La costumbre
es reírnos de las trivialidades de la vida, no de nuestra existencia y nuestros
fracasos; a primera vista parece una actitud superficial y pendenciera.
¿Por qué reírnos de nosotros mismos? La razón es clara, algunas
de las situaciones adversas en la vida no dependen de nosotros, existen circunstancias
inmodificables por nosotros. Quien se ríe con madurez del hado circunstancial,
lo vence, no lo enfrenta con la intransigencia y dureza de un yo adolorido y
subjetivizado, sino con la comprensión y la sabiduría de un yo reposado que
comprende que tanto las circunstancias y situaciones personales no siempre serán
modificadas, pero sí aparecerá un yo distinto, autónomo y objetivo frente a
ellas. Quien se ríe de una situación personal o circunstancial no es su rehén, sino
su amo.
¿Qué implica reírse de sí mismo? En primer lugar, tomar
distancia de la circunstancia. Aunque Ortega y Gasset (1914, p. 757) afirma: «Yo
soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo»[2], hay
situaciones donde el yo tiene que retirarse para objetivizar la realidad y
salvarse de las circunstancias. En segundo lugar, quien se ríe de sí toma
posesión de lo sucedido, comprende los pro y contras de lo acontecido, los pasa
por el yo personal. En tercera instancia,
la risa auténtica se presenta como encuentro consigo mismo y camino de reconciliación
cuando pasa por el yo.
La risa toca y transforma las fibras más profundas de la
conciencia; a su vez quien se ríe de sí mismo camina presuroso al pozo profundo
de su intimidad y como hábil malabarista sale vencedor de la adversa situación.
Reírse de sí mismo no es frivolidad, ni comicidad, tampoco bufonería ante la
vida, es un enfrentamiento reposado que domina lo sucedido. Si el señor dolor
es tan genial pedagogo que ayuda a la toma de conciencia de las limitaciones,
no menos la auténtica risa, que como comprensiva señora convoca y reconcilia los
extremos irreconciliables. La risa también es una doncella hermeneuta que no
siempre percibe las circunstancias negras y blancas, más bien, las dinamiza con
la entelequia del juego que mantiene el ideal intacto de ganarle al opositor. Enfrentar
la vida con la lógica de la risa es de personas comprensivas consigo mismas y
con los otros, a diferencia de quien la enfrenta desde la intransigencia o la
resignación.
POSDATA: ¿qué será más sabio: reírnos de los otros o
reírnos de nosotros mismos? ¡Ojo! las carcajadas, más que aturdir a los otros,
aturden nuestra interioridad.
Artículo publicado en el periódico Vida diocesana. Febrero 2019
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