Por José Raúl Ramírez
Dios no ha muerto es el título de una película que se estrenó en la primavera del año 2014. Un filme que ha recibido toda clase de comentarios, tanto a favor como en contra. Algunos argumentan que es una película con personajes demasiado estereotipados, propagandista, sensacionalista y con un guión un poco acomodaticio a la hora de presentar los argumentos a favor de la existencia de Dios. La película cuenta la historia de un joven que al ingresar a la universidad toma una clase electiva en la cual debe firmar una nota como condición para aprobar la clase, en la que debe aceptar la premisa que Dios ha muerto. El joven se rehúsa a firmar dicha nota, por lo cual, el profesor lo desafía a que en la misma clase exponga sus argumentos delante de sus compañeros. Casi toda la película gira alrededor de esta discusión: profesor-alumno, creyente-ateo, no sin dejar de mencionar aspectos laterales que buscan corroborar las convicciones del joven creyente. Respetando todas las críticas referidas a la película, me interesa, sobre todo reflexionar en estos puntos.
1. No solo hay que respetar al indiferente religioso, o al no creyente o a quien cree en otra denominación religiosa, también se debe exigir total respeto a la persona que pertenece al credo religioso predominante en la cultura, en nuestro caso, al católico. El respeto no es solo para las minorías: llámense religiosas, de orientación sexual, étnicas o de otra denominación social; a las mayorías no hay que verlas como un grupo enemigo ajeno a la verdad, en ellas también puede haber un gran cúmulo de razón, si queremos cuantificar la verdad.
2. Se está presentando un ambiente adverso, no solo para el sacerdote, también para el creyente. No es ni siquiera un fenómeno secular, pues este, al menos respeta posiciones distintas en lo referente a lo religioso, más bien es una atmósfera enrarecida e intolerante que se torna agresiva, en algunas circunstancias, en lo que tiene que ver con la Iglesia católica.
3. En nombre de la libertad religiosa tampoco se deben cometer abusos, como el imponer el ateísmo o, en su defecto, ridiculizar al creyente, pues paradójicamente imponer el ateísmo sería irónicamente un dogmatismo, término muy utilizado en el lenguaje religioso.
4. La fe necesita ser pensada y debatida en los claustros universitarios con argumentos, no con sentimentalismos por parte de algunos creyentes o atacada solo por mero resentimiento religioso. Entre el ateísmo y el resentimiento religioso hay un enorme abismo. El ateísmo busca presentar razones contundentes con respecto a la no existencia de Dios, mientras que el resentido solo expone subjetividades y situaciones emocionales, pues el “ateo resentido” parte de una contradicción intrínseca: dice odiar a alguien quien no existe.
5. Según la película, solo un joven se rehusó a aceptar la premisa impuesta por el profesor ateo: ¿será que los otros jóvenes sí estaban de acuerdo con respecto a la no existencia de Dios o más bien obraron por miedo o con indiferencia con respecto al tema del ateísmo y/o religioso? ¿Cómo acompañar a los jóvenes en sus convicciones religiosas en los centros públicos? ¿Sí estamos preparados para dar razón de nuestra fe a la hora de defender nuestras convicciones? o ¿solo acudimos a cuestiones de tradición o de mayoría?
POSDATA: al menos en algunas instituciones hay personas que tienen el coraje y la formación para debatir el tema de la religión; en otras, es la total indiferencia, incluso en instituciones católicas.
Artículo publicado en el periódico vida diocesana. Julio . 2015
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