jueves, 11 de diciembre de 2014

NAVIDAD: UN TIEMPO DE MAJESTUOSA SIMPLICIDAD

Por José Raúl Ramírez Valencia 

Durante este tiempo de navidad hay una sobreabundancia de decoración en todos los sitios públicos. Casas y demás espacios quieren expresar y contagiar de alegría a todo tipo de personas, así se ignore el sentido genuino de esta alegría. Árboles, vajillas, manteles, pesebres, muñecos, guirnaldas, luces… son algunos elementos de esta abundancia decorativa. ¿Por qué decoramos?, ¿qué celebramos?, preguntas insignificantes y de poca trascendencia para un cúmulo de personas. Ya son muchos los ciudadanos, más aún «feligreses» y por cierto «creyentes» que padecen una ignorancia crasa con respecto al sentido de la navidad.
Se celebra navidad, pero no se sabe qué es navidad. Este tiempo ha sido vaciado, enajenado, distanciado del acontecimiento de Belén. Involución o evolución o tal vez motivo de una nueva evangelización. Quizás para algunos solo sea una ocasión propicia para estar en familia, una oportunidad más para una cena especial o un motivo para complacer a los hijos de algunos gustos esquivos y huidizos durante el año. En fin, estamos en navidad y quiérase o no hay que cantar «tutaina tuturomaina», rezar la novena, aunque no sepamos por qué ni a quién rezamos.

El tiempo por estos días en Belén, el lugar donde nació Jesús, es frío: cae la nieve, la temperatura es tan baja que congela hasta los «más insignificantes deseos»; los árboles padecen la descarada desnudez que los deja expuestos a la majestuosa realidad de la simplicidad, sus hojas caen dejándolos al desamparo de las miradas de los atrevidos transeúntes, las calles se encuentran desoladas y desahuciadas esperando a los apremiantes fantasmas apresurados de paso, solo es posible sobrevivir dentro de las casas. Afuera, el acontecer de la vida humana —como la comunicación, el amor, el encuentro, el perdón, la fraternidad, las relaciones humanas— son imposibles e impensables.

Gran paradoja: solo se puede vivir dentro de las casas, afuera todo es riesgoso y desolador. Por ello, Jesús solo puede nacer en lo más profundo de cada persona, no en las afueras ni a la intemperie. Y ¿qué será lo más profundo de la persona? No cabe duda que la interioridad, el corazón o el alma, morada o castillo donde solo Dios puede habitar, como diría Santa Teresa de Ávila. Para que esto sea posible se necesita de la decisión y colaboración perentorias de cada persona. Jesús quiere estar ahí, en ese adentro profundo-amoroso del alma, porque las superficies decorativas y consumistas tienen la tentación de quedarse en los límites fronterizos de la vida, donde solo se vive del «se dice», «se hace», «se acostumbra», «se reza», en lo impersonal que llamaba Heidegger, mas no en lo auténtico, grandioso y celebrativo de la navidad. 

La superficialidad decorativa es como un frío que estropea, distorsiona y ahoga el espíritu de la navidad, dejando a la persona solo en las afueras de su vida. Jesús nace cuando el hombre más calor necesita, sin el calor divino la vida es insoportable y vulnerable. Jesús nace para arropar y dotar al hombre de divinidad, el hombre sin Dios es un transeúnte aventuro sin horizonte a la merced del frío que congela sus más hondas y propias aspiraciones. Sin Dios el hombre es un laberinto sin salida. Navidad más que abrir las puertas de la exterioridad es cerrarlas para abrir las puertas de la casa de la interioridad y, desde allí encontrar la única puerta de salida que ilumina y colma de espiritualidad y felicidad auténtica la casa íntima de cada persona como morada de Dios.

Artículo publicado en el periódico Vida diocesana. Diciembre . 2014 

1 comentario:

  1. Gracias amigo. Usted siempre tan pertinente con sus reflexiones. Bendiciones

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