miércoles, 8 de octubre de 2014

SOSPECHAR DE LA SOSPECHA

José Raúl Ramírez Valencia

Me pregunto si será enfermedad, idolatría, virus, infección, adicción o manía -en fin, cualquiera de estas realidades en cierta manera manifiestan la mentalidad de algunos sectores y personas de la sociedad- la tendencia de mirar a las personas bajo el lente macroscópico de la sospecha. Un cuantificado número de ciudadanos y feligreses de distintas profesiones y estratos, le rinden culto a su majestad la sospecha, conducta tan generalizada en nuestros tiempos y en la cual se encuentran algunos periodistas, con el supuesto argumento de la búsqueda de la verdad y el derecho a informar a toda la audiencia, están infectando a la “cultura” con este virus dañino e defectuoso. Hay que sospechar de la sospecha misma. 
A diario, un buen grupo de personalidades son llevadas al paredón de la sospecha, donde por medio de distintos interrogatorios y entrevistas acusatorias deben rendir cuentas, no de sus actos, sino de las sospechas descaradas y descarnadas que algunos sectores de la población o individuos en particular han hecho de la sospecha su mejor aliado y “argumento” comunicativo e informativo. 

La sospecha es solo un “conocimiento” incierto de un acto o de una cosa, o meramente una vana imaginación o una creencia dudosa. La diada: sospecha – realidad, no siempre genera resultados exactos y positivos. En la sospecha no hay evidencias, solo intuiciones o percepciones de acuerdo a nuestras astutas y no siempre bien intencionadas conjeturas. 

La palabra sospechar proviene del verbo latino suspectare, cuyo verbo frecuentativo es suspicere, compuesto de la preposición sub, -bajo-, y del verbo spectare, mirar. En sentido propio seria mirar lo bajo y desde lo bajo hacia arriba. Una sociedad que magnifica la sospecha enfoca su perspectiva en lo bajo, débil y frágil de las personas y desde abajo conjetura sus respectivos análisis viciosos-sospechosos de la superficie. En lo bajo hay maldad, desconfianza, error, doblez y corrupción. Quien le rinde culto a su majestad la sospecha, termina atentando contra la dignidad de las personas, pues las sospechas desencadenan juicios, acusaciones, rótulos y señalamientos que no siempre exponen lo más bondadoso y correcto de las personas. No se puede hacer de la sospecha un género común de información, comunicación. La sospecha desencadena desconfianza, caos, confusión e inseguridad, donde los otros son vistos y observados con intenciones perversas. Paradójica y lamentablemente la sospecha convoca más que la verdad: hay mayor interés ante la trama-conjetura que en el desenlace mismo. La sospecha enrarece, enajena, envilece y degrada las palabras, los actos y las relaciones. 

Una consecuencia de la “cultura” de la sospecha es la generalización. Un claro ejemplo sucede la Iglesia, de la cual -sin ignorar los distintos escándalos que han aparecido- se hacen juicios totalitaristas acercad de su actuación. No falta quien, o algún sector de la sociedad, vea y califique a todos los religiosos o sacerdotes como sospechosos de una afectividad desordenada o como alguien sin ninguna conmiseración insinúo: depravados sexuales. Más aun, estamos tan intoxicados y contaminados por el virus de la sospecha que al pensar en un psicólogo de inmediato se hace la elucubración: ¿qué desajuste de personalidad tendrá?, o al pensar en un político o abogado, de súbito, se relacione con la corrupción. 

Una manera de enfrentar la sospecha es la llamada santa ingenuidad, candor de la inocencia, del hoy canonizado papa Juan XXIII, la cual no es ingenuidad, ni tampoco ignorancia, más bien voluntad de no ver el mal. Jesús no miró a las personas con sospecha, sino con amor, descubriendo la bondad y las posibilidades en cada una de ellas. Tuvo una mirada misericordiosa. 

Posdata: hay que aplicar el método fenomenológico: colocar entre paréntesis la sospecha y los prejuicios para poder ir a la cosa misma.

Publicado en el periódico Vida diocesana. Septiembre 2014 

No hay comentarios:

Publicar un comentario