miércoles, 14 de mayo de 2014

HIJOS QUE SE CREEN DE PAPI Y MAMI


Por José Raúl Ramírez Valencia 


No es lo mismo ser hijo de “papi y mami” que creerse hijo de papi y mami. El que es auténticamente hijo de papi y mami, no hace alarde de su condición, porque es su hábitat natural, sus relaciones con el medio y las personas son de aspiración, no de ambición. El auténtico hijo de papi y mami reconoce y agradece su situación como un privilegio y un compromiso con su familia y con su grupo social, además es una persona formada, sin resentimientos y sin pretensiones veleidosas; sabe que tiene privilegios, pero responde con perenne prontitud a esos privilegios. Conoce su entorno social, por tanto, se relaciona con él sin estropear a los otros. Por el contrario, la persona que se cree hijo de papi y mami, crea un ambiente postizo y superfluo, mantiene ambiciones y vive de un mundo imaginario e ilusorio, se presenta como auténtico e importante, cuando realmente lo que está renunciando inconscientemente a sus raíces y fortalezas.

Los hijos que se creen de papi y mami, por lo regular, nacen en familias muy sencillas, carentes de lo innecesario y lo superfluo, -no de lo fundamental- pero de un momento a otro empiezan a exigir y a ordenar una cantidad de cosas y privilegios insulsos, como condición de trabajo y emblema de buenos resultados. Consciente o inconscientemente estos supuestos personajes solo tienen en en sus proyectos personales y rótulos mentales sobresalir y aparecer, pero sin criterio para ello. 

Los hijos que se creen de papi y mami ven a las instituciones como medios para surgir y no entes a los cuales hay que responderles. Quizás estos señoritos satisfechos, como los llama Ortega y Gasset, nunca han tenido dificultades, sino privilegios que ellos mismos exigen a las instituciones para sentirse comodones, y éstas, para evitarse supuestos “problemas”, se los otorgan. Sin duda alguna, estas instituciones sin querer queriendo están propiciando una generación débil sin esfuerzos, donde lo más importante es aparecer y surgir en desmedro de la calidad y caridad del servicio. 

El problema no es tanto que haya hijos de papi y mami, sino que existan instituciones que están formando y potencializando a algunos individuos para que se mantengan en esta egodistonía, llámense familias, empresas, universidades, seminarios, diócesis y colegios. Este tipo de personas todo lo quieren para ellas, piensan que todo se lo merecen por sus supuestas capacidades y relaciones, además cuanto antojo tienen se convierte en un imperativo para la institución a la cual pertenecen y, como si fuera poco, suponen que la institución solo existe para ellos y nadie más. Sus relaciones son siempre ascendentes en cuanto estatus económico, consideran que la igualdad y la dignidad se miden según el estrato, donde los de menor nivel no suman, restan, de acuerdo a sus pretensiones. 

Los hijos que se creen de papi y mami consideran que la historia ha comenzado con ellos y que antes solo ha habido desaciertos y unas pocas intuiciones sin objetivos claros. A esta clase de personas les gusta que todos les sirvan y que la mayoría de la gente los reconozca como superiores, por tanto, ellos no tienen compañeros de trabajo, sino empleados a disposición de sus caprichos o iniciativas salvadoras. Los hijos que se creen de papi y mami están inocentemente seguros que son buenos para todo; además se creen los más bellos y los más listos para todos los frentes del trabajo y todas las juntas de poder; sin ellos la historia no avanza, se detiene, o tal vez retrocede. En fin, estos hijos mantienen un ego muy alto, son consentidos y mimados, no se les pueden sugerir nada, porque ante la mínima corrección se enojan y hasta groseros se vuelven. A los que se creen hijos de papi y mami no les preocupa más que su bienestar, pero al mismo tiempo son insolidarios con las causas de ese “bienestar”. 

Hay que temerle más a los que se creen hijos de papi y mami que aquellos que en verdad lo son. En definitiva, el problema no está en ser, sino en creerse y el creerse origina un creído, el creído ambiciona y el ambicioso buscar tener, mientras que quien aspira busca ser y servir. A mayor ser, mayor aspiración; a menor ser, mayor ambición. En cualquiera institución, quien aspira, suma, y quien ambiciona, resta. 

POSDATA: A propósito de la Semana Santa: ¿será que presenciamos más un espectáculo litúrgico y menos una oportunidad de una renovada evangelización de conversión?

Publicado en el periódico Vida diocesana.  Año 43. N. 153. Febrero 2014. ISSN 2248-8324 

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