viernes, 6 de junio de 2014

ENTRE LO ÍNTIMO Y LO PÚBLICO: UNA FRONTERA POR HABITAR

 

Por. José Raúl Ramírez Valencia
Selfie es una palabra inglesa que significa tomarse fotos a sí mismo, auto-retratarse. Cuando una persona se toma fotos de una manera compulsiva, obsesiva, para publicarlas en las redes sociales —como una forma de compensar la falta de autoestima y llenar así un vacío existencial o de intimidad— se conoce, según algunos psicólogos, como selfitis. Esta conducta de tomarse fotos constantemente se clasifica en tres grados: selfitis bordeline, que consiste en tomarse fotos por lo menos tres veces al día, pero sin publicarlas en redes sociales; selfitis aguda, tomarse fotos a sí mismo por lo menos tres veces al día y publicarlas en las redes sociales; y selfitis crónica, tomarse fotos sin control alguno, como cuando una persona se retrata seis veces al día y obsesivamente las publica. Este comportamiento va tomando cada día más fuerza, dado las facilidades que ofrece la tecnología, como es la cámara del celular y las posibilidades que brindan las redes sociales.


Es importante precisar que algunas personas se toman fotos solo por hobby; otras, simplemente por hacer partícipes a sus amigos de sus paseos, logros y celebraciones. No está de más recordar que la virtud está en el medio. Ni tanto que queme al santo, ni tampoco que no lo alumbre. 

Cuando esta conducta se vuelve una obsesión compulsiva revela algo que no está marchando bien. La persona con esta manía de selfis manifiesta una necesidad de autoafirmación, reconocimiento o una manera de llamar la atención, o quizás un narcisismo no asumido como tal, o simplemente un desahogo de su extremada solitariedad. Estas personas dan un paso, cambian de ropa, asisten a algún evento, visitan un lugar, conocen a alguien, e inmediatamente sienten la necesidad obsesiva-compulsiva de estar trinando-publicando estos supuestos eventos, si cabe la expresión evento. Las personas con esta conducta de exhibir sus fotos enteran a todos sus seguidores de lo que hacen, con quién lo hacen y por qué lo hacen, por tanto, se podría pensar que carecen del sentido de frontera entre lo público y lo privado, lo personal y social, lo íntimo y lo propio, lo familiar y lo social. Pareciera ser que la identidad de estos sujetos está marcada por lo que publican; dime qué públicas y te diré quién eres.

¿Cómo colocar límites entre lo íntimo y lo social?, he ahí el dilema y la pregunta que toda persona ha de hacerse en el momento de publicar en las redes sociales. La respuesta más ética parte del cuidado de lo íntimo, aquello que me reservo y aquello que comparto con mis amigos; hay cosas de cosas, no todos los amigos están en el mismo nivel, ni tampoco tienen la misma perspectiva al momento de recibir mis publicaciones. No todo hay que publicarlo y no todo es digno de publicación, se puede caer en una selfitis amarillista y contaminadora de las redes sociales.

Se ha vuelto tan pública la intimidad de las personas a través de las redes sociales que casi es imposible hablar de una violación a la intimidad. Tan públicos en el mundo virtual, que lo íntimo-personal se ha convertido en un artículo social, donde un buen número de personas exhiben su acontecer íntimo sin reflexión alguna, al estilo del supermercado que saca todos sus productos solo con el objetivo de mostrarlos y venderlos, quedando así al vaivén de los gustos y necesidades de los consumidores. Hoy, por doquier, se necesita un cuidado de lo íntimo que exprese con elegancia, inteligencia, bondad y mesura lo que a diario vivimos y publicamos.     

Publicado en el periódico Vida diocesana. Junio 2014

1 comentario:

  1. He releído este artículo. Tan actual, que mucho bien hace su reflexión.

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