jueves, 13 de febrero de 2014

CAMBIOS O MOVIMIENTOS... HE AHÍ EL DILEMA

José Raúl Ramírez Valencia 
Al comienzo de todo año, en muchas instituciones, la pregunta obligada no poco casual de muchas personas es acerca de los cambios que hubo: ¿cambiaron al gerente?, ¿al profesor?, ¿al párroco o al vicario? Aunque se pregunta por los cambios, la respuesta en algunas instituciones es dada desde la perspectiva del movimiento. ¿Nuestras instituciones necesitan cambios o movimientos? Todo cambio implica movimiento, mas no todo movimiento implica cambio. De Chávez a Maduro y de Fidel Castro a Raúl, sin duda hubo movimiento, rotación en el poder, continuidad en el movimiento, pero no cambios. Con el Concilio Vaticano II, ¿se produjo en la Iglesia un movimiento o un cambio eclesial? Gandhi y Mandela, respectivamente en sus países, ¿motivaron a un movimiento o a un cambio en las estructuras de sus países? En este año de elecciones, ¿queremos cambios o movimientos?

El movimiento hace relación a traslado: que movieron a Bancolombia significa que sus instalaciones pasaron a otro lugar y siguen ofreciendo los mismos servicios; por el contrario, si se escucha que Bancolombia cambió uno «puede imaginarse» que esta institución modificó sus políticas, por ejemplo, que sus ganancias e intereses se reparten más entre sus usuarios que entre sus accionistas. El movimiento implica continuidad en el esquema, mientras que el cambio busca nuevas perspectivas, nuevas visiones, nuevas políticas. El movimiento es más rotación de puestos y poderes, sigue una misma lógica; el cambio irrumpe en la lógica. Los movimientos sostienen y alimentan las circunstancias, los cambios, por el contrario, enriquecen, cuestionan, alteran o estropean las circunstancias, por eso el cambio es más traumático, dramático, profundo y comprometedor. Todo cambio, a la vez que es un reto personal, es también un desafío institucional.

El cambio debe obedecer a un porqué y a un para qué; no a una cuestión meramente situacional o a merced de una visión caprichosa o angustiosa de un superior o de una junta, dado que todo cambio no solo afecta a una persona, sino también a una institución, a una comunidad, a una familia. En el cambio hay intangibles enormes como la historia, las fortalezas, los sueños y las proyecciones de cada persona. El cambio ha de pensarse siempre en posibilitar y en poner en práctica las competencias de cada persona, de ahí que no todos los cambios se han de sopesar con la misma báscula y de mirar con la misma lupa. La igualdad no funciona de la misma forma en todos los escenarios, hay singularidades que el tamiz de la igualdad los absorbe y los empobrece, y en vez de enriquecer a una institución o a una persona la minimiza y la frustra.

¿Qué será más beneficioso para una institución: cambios o movimientos? He ahí el dilema. Las instituciones por sí mismas no cambian, igual que las sociedades; son las personas las que hacen cambiar las instituciones y las sociedades. Un cambio cuando es sensato, convoca a la persona a completar su proyecto existencial, a la vez que lanza la institución hacia adelante, hacia nuevas metas. El movimiento esparce la continuidad.

POSDATA: ¿Qué se le pide a un pecador, que se mueva o que cambie? Más bien, que se mueva a cambiar. Cuando una persona se convierte no se opera en ella un mero movimiento, sino un cambio. Cambios, movimientos, acomodaciones o retrocesos, sea la historia personal y la de cada institución o comunidad la encargada de dar el veredicto.

Publicado en el periódico Vida diocesana. N. 152. Enero 2014 ISSN 2248-3324

1 comentario:

  1. Yo amo los cambios, los movimientos son una cortina de humo..una falacia en la mayoría de los casos

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