Por José Raúl Ramírez Valencia.
“Os ruego que andéis como pide la
vocación a la que habéis sido convocados.” Ef. 4, 1.
Esta es una expresión con la cual el apóstol
Pablo invita a los fieles de Éfeso a vivir de una manera auténtica y dinámica
la vocación. Cada uno de ustedes ha sido
llamado a ser maestro, lo cual indica de antemano que es un don que se ha
recibido; privilegio y desafío a la vez, dado que este don reclama una respuesta
exigente por parte de cada uno de ustedes. Ser maestro no es fácil, se es
maestro por vocación, no por función.
Desde
el plano teológico se ha entendido la vocación como un llamado que Dios hace a
la persona. Dios es quien, en su infinita sabiduría y libertad, llama e invita
a vivir un reto, una dinámica de vida. La vocación es llamada y misión a la vez.
Dios a quien llama lo capacita y le concede los dones necesarios para que pueda
vivir su vocación-misión. No tener miedo de la vocación-misión es un acto de
confianza en Dios.
La frase del apóstol Pablo la podemos
sintetizar en cuatro verbos: rogar, caminar, pedir y convocar. No se puede caminar sin tener un mínimo de
orientación. Quien solo anda y no tiene un norte, se extravía y extravía a los
demás. Si alguien debe estar orientado en la sociedad y saber para dónde va, ha
de ser el maestro. En un mundo de desorientaciones, de incertezas, donde todo da
igual y todo vale lo mismo, el maestro ha de ser alguien que camine con
horizonte y sepa hacia donde se dirige. Además, debe poseer la capacidad de guiar
a sus alumnos hacía las metas más altas como
seres humanos.
El segundo verbo: pedir. A partir de este verbo podríamos
plantearnos tres preguntas: ¿qué pide la vocación de ser maestros?, ¿qué reclama
la sociedad a los maestros?, ¿qué pide la Iglesia a los maestros? Si escuchamos con oído objetivo estos tres escenarios
la respuesta es una: formar personas con valores humanos, religiosos y civiles.
La persona es un todo y no un fragmento. Formar integralmente a las nuevas
generaciones ha sido y es la misión del maestro, no hay otra. En manos de
ustedes está la transformación de la sociedad. Un dicho popular dice que “los errores de los abogados
se archivan, los de los odontólogos se sacan, los de los médicos se entierran y
los de los maestros se multiplican.” Son ustedes los maestros quienes preparan a
las nuevas generaciones para que hagan bien su papel en la sociedad.
El tercer verbo: convocar:
la misma palabra indica que no estamos solos; otros también han sido llamados a
trabajar por el perfeccionamiento del ser humano. Ustedes, queridos maestros, están
convocados a trabajar por la educación de los niños y de los jóvenes junto con las
familias, el Estado, la empresa y la Iglesia; solos no son capaces, dado que,
como decía el Papa Benedicto XVI, estamos viviendo una emergencia educativa. Ni
las escuelas, ni los colegios, ni las universidades solas podrán salir de esta
bien llamada emergencia educativa-. El problema de la educación es tan
complicado que solamente juntándonos todos podemos responder a este gran reto.
Como bien lo pide la ley general de educación siendo comunidad educativa
podemos educar.
Falta el último verbo: rogar. Algunos
sinónimos de rogar: suplicar, solicitar, encarecer. Según la expresión del
apóstol, este verbo aparece de comienzo indicando que es la comunidad la que
está rogando encarecidamente que se viva a la altura de la vocación, es la
sociedad, el Estado, la Iglesia; Dios en definitiva es quien pide en última instancia
para que ustedes maestros vivan a la altura de la vocación.
¿Será tan grave la emergencia
educativa? Claro que sí, esto por muchas razones, sin duda alguna. Ustedes, queridos
maestros, en sus reflexiones podrán ahondar en esta emergencia. Por lo pronto, me
atrevo a indicar de paso algunas emergencias relevantes.
La ruptura generacional; ya la
mentalidad y, por supuesto, las costumbres entre padres e hijos es abismal; basta
mirar el lenguaje, los gustos, los sitios de diversión, el mismo tiempo;
mientras que los padres comienzan el descanso los hijos apenas salen a sus
diversiones. Que cosa tan complicada, los tiempos no coinciden. La tecnología,
el mundo virtual, son escenarios propios de los niños y los jóvenes mientras
que los adultos apenas estamos inmigrando a ese espacio fascinante y
envolvente, con todas sus posibilidades y también con todas sus carencias
humanas.
En ustedes, queridos profesores, está
la esperanza, como bien decía un lema
de la alcaldía de Medellín; con la e
se inician las palabras educación y esperanza. Cuando educamos bien, nos
abrimos a la esperanza y cuando
educamos mediocremente ocasionamos desesperanza
y destrucción en la sociedad. Educar es abrirnos a la esperanza, esperanza en ustedes y a la vez esperanza
con respecto a sus alumnos.
Tal vez se ha introducido una
mentalidad un cierto aire pesimista: imposible educar hoy, dicen algunos; realidad
que no quiero desconocer, pero tampoco quiero absolutizar. Hoy es más complejo
educar, pero no por eso imposible educar. Esta misma situación hace de la
educación una misión más interesante y apasionante. Primero se decía que había
que educar al niño y al joven y que estos debían ir a la escuela a educarse;
hoy en palabras de William Ospina, literato colombiano, “también hay que educar
la escuela y el colegio.” Significa esto que hay que revisar la misión y
función de los establecimientos educativos, quizás mucha información y poca
formación, como es el caso de los programas de educación sexual; sobre este
aspecto es bien importante mantener una postura humanista-ética y no meramente
acorde con las mentalidades liberacionistas o de simple bum del momento que en
vez de formar están dejando a la deriva la responsabilidad sexual-personal de
los jóvenes.
Es importante señalar que ustedes
trabajan con personas; el industrial produce mejores productos, el educador mejores
personas. El educador no trabaja con mercancías, ni clientes. La persona humana
es un misterio que no se puede abordar como una mercancía ni mucho menos como
objeto de laboratorio; la persona es un misterio inacabado, que no se puede
cuantificar, ni cuadricular, como bien lo afirmaba el filósofo existencialista
Gabriel Marcel.
Educar bien y educar para el bien es
hoy posible, necesario y apremiante. Pero ¿qué es el bien? La sociedad
relativista tiende a confundir el bien con el mero gusto, pero no todo lo que
les gusta a los niños, a los jóvenes les conviene. Lo bueno nos conviene y lo
que nos conviene nos perfecciona como seres humanos y perfecciona a los demás.
Para un maestro, al igual que para un
padre de familia, es importante encontrar el equilibro entre libertad y disciplina.
La educación es encuentro entre dos libertades y la educación bien lograda es
la formación para el uso correcto de la libertad. De una manera premonitoria,
decía el Cardenal Poupard: hay que evangelizar el deseo. El ser humano es una
fuente de deseos. En los jóvenes y en los niños hay que incentivar motivaciones
que eleven el espíritu humano, como la solidaridad, la justica, la preocupación
por el otro, el amor y la bondad. Evangelizar el deseo no equivale a frustrarlo
sino a elevarlo y salvarlo.
La importancia de formar
integralmente, es bien sabido por todos ustedes, que en la antigua Grecia,
Esparta formaba para la guerra y todos sus acciones estaban dirigidas a tener
buenos guerreros que defendieran la ciudad; Atenas, por el contrario, pensaba
en una educación donde se incluyera las artes liberales, como la música, la
poesía, las ciencias humanas. Una educación que solo piense en lo técnico
conduce al fracaso de la sociedad y a la frustración de la persona; una
educación integral crea y sana la cultura haciendo ciudadanos cada vez más
humanos.
Por último, hago propias las palabras
de Adela Cortina al afirmar “educar significa potenciar a los seres que son
valiosos en sí mismos, mientras que deshumanizar significa instrumentalizar a
esos mismos seres.” Creamos en los alumnos, creamos en nuestra vocación de
maestros. No tengan miedo, decía Benedicto XVI ante el gran desafío de la
educación. La sociedad, los padres de familia están solicitando una buena
educación, la solicitan los mismos jóvenes que no quieren verse abandonados y
desorientados.
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