viernes, 3 de octubre de 2025

Lázaro y los moldes de la vocación.

 Por José Raúl Ramírez Valencia.

Milán Kundera, en el libro La Despedida, cuenta que Lázaro fue un monje que vivió en Constantinopla en el siglo IX y que era un apasionado por el arte de la pintura. El placer por la pintura fue lo que lo llevó a ser torturado, no por los paganos propiamente, sino por los “malos cristianos”, que, escudados en un ascetismo recalcitrante, miraban con recelo cualquier muestra de aprecio por el buen gusto, como si el disfrutar un arte fuera una falta ética en sí misma. En nombre de la virtud el gozo era mal visto, especialmente cuando adoptaba formas de sibaritismo, entendidas como una inclinación por lo elegante, el buen gusto. No se trataba de ambición de la riqueza, sino de una sensibilidad hacia lo refinado.