Por José Raúl Ramírez Valencia.
Preguntarnos por el sentido de la muerte no es fácil, resulta en todo momento incómodo, es la única pregunta que no tiene escapatoria ni justificación. Algunos filósofos afirman que la filosofía nace para esclarecer y superar la realidad de la muerte. La pregunta por la muerte de inmediato suscita, eleva, depura y profundiza la verdad de la existencia; mequetrefe aquel que nunca se ha planteado seriamente la realidad de la muerte. Simone de Beauvour decía: “que una existencia temporal sin muerte vuelve absurda la empresa humana”, pues la muerte no solo nos pone pensativos, sino que también nos vuelve pensadores. Paradójicamente, la muerte resalta y enaltece la vida. Mauricio Blondel escribía: “cuando llega la muerte es cuando se aprende la valorización de los actos”. Ante el suceso de la muerte la pregunta más sabía es cómo vivió y no de qué murió, según intuición de Ricardo Tobón, filósofo y arzobispo de Medellín. Ahora bien ¿será que la muerte es una perdida que resta o más bien una suma que plenifica todo lo vivido?